martes, 1 de septiembre de 2009

Volver

¿No les da pereza volver de las vacaciones? Y no tanto por tener que abandonar esa otra vida que nos hemos creído por unos días, en que hemos sido, por una vez, lo que queríamos ser: aventureros, exploradores, lectores, juerguistas, bañistas, adictos a museos y exposiciones, viajeros… Las vacaciones nos devuelven un tiempo que no es nuestro y, como tal, lo explotamos hasta sus últimas consecuencias. En vacaciones nos descubrimos facetas que creíamos olvidadas y nos parece que hasta los relojes se han cansado de dar las horas y que todo se hace mucho más lento, que el día cunde mucho más y que nos da tiempo a hacerlo casi todo. Y así es. Pero es todo un espejismo. La ilusión y los nervios de hacer las maletas (qué meto, qué necesitaré, qué dejo…) se transforman en el mecánico proceso de ir llenándolas de nuevo con la mitad de la ropa elegida (la otra sigue en el fondo esperando la noche de los justos), de comprobar (con igual nerviosismo) que la maleta está llena y todavía quedan mil cosas por meter. Y comienzan las dudas y los reproches. Quizás debería haber leído más. Quizás debería haber aprovechado mejor el tiempo. Quizás debería haber comprado aquel espejo en el bazar, que tampoco era tan caro. Quizás deberíamos volver el año que viene. Y en las últimas horas de las vacaciones hemos comenzado ya el camino de regreso. Nuestro cuerpo se da el último chapuzón en el mar o en la piscina, camina por el bazar por última vez o sigue haciendo la última cola ante el museo que se nos antoja que no podemos dejar de visitar. Pero nosotros ya no estamos con nuestro cuerpo. Comenzamos a viajar a la cotidianidad antes que él. Y así los problemas o los asuntos que dejamos pendientes antes de comenzar las vacaciones, se nos aparecen como un fantasma. Al principio, intentamos (en vano) alejarnos de ellos, poner risas y proyectos en medio. Pero todo es inútil. Ahora el minutero de todos los relojes del mundo actúan a nuestras espaldas contra nosotros. A medida que los segundos pasan los problemas pendientes se hacen más grandes, más transcendentales. Y comenzamos a pensar en ellos aunque la maleta siga llena encima de la cama y toda la ropa desparramada alrededor buscando su lugar para el regreso. Aunque todavía nos queden horas de risas y de vacaciones. Aunque nos hagamos el firme propósito de no pensar tanto en los problemas del trabajo, en los cotidianos cuando volvamos a casa. Y es que las maletas se llenan tan pronto no porque hayamos perdido la paciencia de doblar la ropa con todo cuidado. No. Se llena tan pronto porque en ellas hemos metido, sin darnos cuenta, los buenos propósitos con que siempre volvemos de vacaciones. De este año no pasa, aprendo inglés, me hago la colección de ganchillo, veo una película cada miércoles, vamos al teatro una vez al mes, nos reunimos con los amigos cada fin de semana, que no es posible que nos veamos tan poco cuando estamos tan cerca los unos de los otros. Y lo bien que lo hemos pasado juntos en las vacaciones. No sabía yo que Raquel fuera tan simpática. Ella que parecía tan sosita… y así seguimos llenando las maletas de lugares comunes, de propósitos que, en la mayoría de los casos, no consiguen sobrevivir al mes de septiembre… Y sabemos que así será, como todos los años, pero nos engañamos, como todos los años, con que este otoño será diferente. Y cuando llegamos la cotidianidad nos absorbe, con ganas, con el hambre canina del animal que hemos dejado encerrado en casa. Está deseando volver a vernos para ponernos delante de la cara las obras que hemos dejado comenzadas cuando nos fuimos, las mismas historias de las escuchas ilegales a partidos políticos, que huelen a las huidas del Lute en época de Franco, las mismas esperanzas de que nuestro equipo gane la liga. Ya que todos la van a ganar. Y comienza la liga, y el trabajo, y dentro de unos días, las clases. Y sin darnos cuenta dejamos atrás el verano, las vacaciones, ese lugar en que hemos sido nosotros cuando hemos dejado de serlo.
Y bendita la cotidianidad. El preocuparse por las mismas cosas de siempre, año tras año; seguir al pie de la letra el guión establecido de todas las vueltas. Porque en ocasiones la vida se empeña en darnos una sorpresa y todo cambia, como por ejemplo el infarto de una madre, que se queda en un susto y en una semana de hospital. Pero ahí queda, como una sábana que todo lo cubre y que, por unos días, impide ver el futuro. Nos quejamos de volver siempre a la misma rutina. Pero ¡bendita rutina! Que nos dure muchos años. Que no se empeñe en darnos sorpresas.

1 comentario:

Norberto García Hernanz dijo...
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