lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Para qué sirven los políticos?

Hace unos años en el programa del “Club de la Comedia”, Verónica Forqué hablaba de los peluqueros como una de esas profesiones en que nada es como uno lo había planeado. Ella hacía la siguiente comparación: imagínense que paran un taxi, se montan dentro y le dicen al taxista: “Al Paseo de la Estación”. Y el taxista, con una amplia sonrisa y una voz muy amable, se vuelve y nos dice: “No, yo creo que mejor le voy a llevar al Paseo del Val”. Y Verónica Forqué decía: Pues esto es lo que nos pasa en la peluquería: uno entra con la intención de recortarse las puntas y sale con la cabeza casi rapada. Cosas del destino y cosas de la mente.


Esta semana, mientras seguía las manifestaciones de profesores por media España, he recordado las palabras de Verónica Forqué, estas risas enlatadas en la memoria para convertirse en una imagen del presente. Y sin quererlo, me ha venido a la cabeza una pregunta que me lleva taladrando unos días y que no consigo quitármela de la cabeza: ¿Para qué sirven los políticos?

La pregunta parece mal intencionada, pero es todo lo contrario. Ante el bochornoso espectáculo de algunos políticos en esta última semana me he tenido que parar un momento y aclararme algunos puntos esenciales, básicos. En mi idea de la política, de esta “res publica” que, con mil cambios y tipos, conforma nuestra cultura occidental, el político es una persona que dedica sus esfuerzos, su tiempo y sus conocimientos y habilidades (cuando las tienen, como sucede en todas las profesiones) para gestionar los servicios públicos (a fin de cuentas sus sueldos proceden de las arcas públicas) y solucionar los problemas que surgan, que pueden ser muchos.

Los modos de gestionar la “cosa pública”, las prioridades que se le concede a unos temas o a otros, el modo de enfocar un determinado problema hace que existan diferentes tendencias políticas que, en el caso de la gran mayoría de los países europeos, ha de gestionarse a partir de unas organizaciones sin ánimo de lucro que son los partidos.

Las elecciones suponen el momento en que los ciudadanos (que debemos ser gobernados) eligen a sus representantes para que elijan a las personas que deben gobernarnos, ya sea en las corporaciones municipales o en los parlamentos autonómicos o nacionales. Una confianza, un voto que se basa en un programa, en unas ideas, en unos modelos (o personas) en que confiamos para mejorar nuestras condiciones de vida. Ya sé que no siempre es así, ya sé que mi planteamiento se mueve en la esfera perfecta de las ideas, pero no ensuciemos todavía con la realidad lo que es el tapiz básico de nuestras convivencia democrática.

Durante la semana pasada, como les decía, han sido varios los comentarios y opiniones de políticos contra las protestas de los profesores ante lo que consideran un deterioro de sus condiciones de trabajo y de la calidad de la enseñanza pública (derecho democrático el de la huelga y el de las manifestaciones del que han hecho uso) que me han hecho preguntarme: ¿Para qué sirven los políticos?

Lo mismo me sucedió hace unos meses cuando la Concejala de Medio Ambiente de Madrid, Ana Botella (que entró en la carrera político de la mano de su esposo, por entonces Presidente del Gobierno), en una tertulia en una cadena de televisión de cuyo nombre no quiero acordarme indicó que eso del Medio Ambiente era un lujo que un ayuntamiento no podía permitirse en época de crisis (sin hablar de sus opiniones contra el cambio climático…). ¿Para qué pagar con nuestros impuestos el sueldo –que no creo que sea el mínimo interprofesional- a una política cuando no está capacitada ni tiene intención de realizar el trabajo que le han asignado, seguramente por cuotas de poder interna dentro de su partido e intereses que nada tienen que ver con la capacidad ni con la valía personal?

Si los ciudadanos expresan su descontento por unas determinadas medidas, cuando este descontento afecta a toda una colectividad (como así el caso del profesorado) y se están defendiendo valores tan esenciales en nuestra sociedad como el respeto y la calidad de la enseñanza, el político tiene la obligación, al menos, de escuchar y de reflexionar. ¿Para qué sirve el político si en vez de escuchar, si en  vez de dialogar y buscar los puntos de encuentro se dedica a crispar el ambiente con mensajes escandalosos y con medidas que atentan contra el principio básico de nuestro ordenamiento jurídico? ¿Acaso pagamos a nuestros políticos para que se pidan dimisiones y luego compartir canapés en los actos oficiales con sonrisas y guantes blancos? ¿Acaso les pagamos con nuestros impuestos para que digan ante los medios de comunicación lo primero que se les ocurre, sin importarles mentir de manera descarada como le ha sucedido a la presidenta de la Comunidad de Madrid que, para desmentir aquello de que la enseñanza  no debía ser gratuita, dijo que estaba pensando en los “másteres universitarios”, que, como pueden imaginar, no hay ninguno que sea gratuito? ¿Para qué sirve una consejera de Educación de una Comunidad autónoma que no es capaz de construir puentes de comunicación con aquellos a los que tiene que solucionar sus problemas, aquellos que justifican su sueldo, su razón de ser? ¿Con quién debe hablar y dialogar una Consejera de Educación mejor que con los profesores?

Como digo: las perspectivas pueden ser muchas y bien diversas a la hora de plantear soluciones, pero lo que un político (aquel que cobra de nuestros impuestos) no puede permitirse el lujo de quedarse sordo, ajeno a la sociedad a la que debe gobernar? No pedimos que nuestros políticos sean superhombres (no al menos, yo), pero sí que estén abiertos a buscar soluciones. En caso contrario, ¿para qué sirven los políticos?

La crisis económica y financiera de los últimos años (la más grandes vivida por el sistema capitalista porque no se basa en problemas de materias primas sino en su propia esencia y naturaleza) ha puesto de manifiesto la grave crisis política en que vivimos: la crisis de haber multiplicado puestos políticos tan solo para alimentar a los monstruos insaciables de los partidos. Lo que necesitamos son menos políticos y más gestores que dejen trabajar a los técnicos en los diferentes departamentos, concejalías, consejerías y ministerios a los que se les asigna. En los próximos años, alguien tendrá que contestar a la pregunta que se nos hace continuamente desde Europa: ¿Hace falta tantos políticos en España, tantas administraciones que se superponen unas sobre otras sin llegar a solucionar los problemas de los ciudadanos, que a un tiempo vivimos en un ayuntamiento, una comunidad y en un país?

Pero, también hemos de comenzar a hacernos otra pregunta: ¿cómo conseguir que los políticos, aquellos que son necesarios para gestionar la “res publica”, sean elegidos entre los mejores y no en las camarillas, enredos y grupos de presión de los propios partidos políticos que los proponen? Somos muchos, y cada vez más, los ciudadanos que queremos seguir votando, elegiendo a nuestros representantes para que nos representen y solucionen, en la medida de las posibilidades de todos, nuestros problemas. Pero lo queremos hacer con listas abiertas, en que podamos elegir a aquellos que consideramos mejor formados.

Todos los sistemas de elección tienen sus espacios oscuros… pero nunca igual a los agujeros negros de los partidos políticos tal y como los conocemos. Y dentro de unas semanas podremos comprobarlo cuando comiencen a circular las primeras listas electorales para el 20N. Muchos están ya afilando sus cuchillos. ¿Para qué sirven los políticos? Nos seguiremos preguntando muchos mientras que no se lo podamos preguntar directamente a los representantes que elijamos con listas abiertas, con una mayor libertad de la que ahora nos ofrece nuestra democracia cautiva.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La literatura en la era digital (Encuentro de Verines)

Un hotel y la Casona de Verines en Pendueles, Asturias. El Archivo de Indianos en Llanes. Una mesa cuadrada y un pequeño salón de actos, con conexión (cuando quería) a Internet. Una playa y un autobús. Estos son los espacios en los que, desde hace 27 años, se celebran los Encuentros de Verines, unas jornadas que organiza anualmente el Ministerio de Cultura y la Universidad de Salamanca alrededor de los escritores y los críticos, alrededor de temas de actualidad que quieren tomar el pulso a una realidad que se nos escapa en los análisis parciales que todos hacemos.

Y en este espacio –idílico y terrorífico a un tiempo, en un espacio en que todos hemos comentado su semejanza a un gran hermano o al comienzo de una película de terror de serie B, pero en que a todos nos hubiera gustado permanecer por unos días más con la excusa de terminar ese libro que siempre estamos escribiendo-, en este espacio nos hemos reunido 27 personas alrededor de un tema: “La literatura en la era digital”.

Un grupo variopinto y heterogéneo (el mejor de los posibles) en que había representantes del mundo editorial (Antonio María Ávila, director de la Federación de Gremios de Editores de España, o Jesús Badenes, Director General de la División Editorial de Librerías del Grupo Planeta o Arantxa Larrauri, directora de Libranda), del mundo universitario, estudiosos de la literatura digital (Laura Borrás, María Goicoechea, José Manuel Lucía Megías y Dolores Romero), representantes de instituciones relacionadas con el tema (Luis González, de la Fundación Sánchez Ruipérez), analistas digitales y animadores literarios (Neus Arqués, Javier Celaya y Anika Lillo), y sobre todo, escritores, escritores que se aprovechan de las red y de las nuevas posibilidades digitales para la difusión y venta de sus obras, y escritores que solo conciben sus obra en un entorno digital, y que solo en este medio pueden ser leídas: Martín Casariego, Domenico Chiappe, Benjamín Escalonilla, Cristina Fallarás, Manel Loureiro, Jesús Marchamalo, Fernando Marías, Vanessa Monfort, Rafael Reig, Miriam Reyes, Javier Ruescas, Xabier Sabater, Lorenzo Silva o Kirmen Uribe.



Tan solo con el elenco de los nombres citados anteriormente uno puede darse cuenta de cómo Luis García Jambrina, coordinador académico del encuentro, ha sabido mantener una polifonía alrededor de un tema que no puede entenderse solo desde una perspectiva… Y durante dos días, en maratonianas sesiones de mañana y tarde, hemos ido desgranando diversos temas desde perspectivas bien diferentes, en muchos casos opuestas, pero en otros tantos coincidentes.

En estas pocas líneas, no es posible resumirlas todas, pero sí que me gustaría pergeñar algunas ideas maestras de lo allí escuchado, discutido y polemizado.

Primera idea: la necesidad que tiene la industria editorial para adaptarse a los cambios que plantea la era digital. Frente a una visión un tanto eufórica del gremio de editores, en que ven el libro electrónico como una amenaza lejana, que no consigue remontar en las ventas (tan solo un 2’67% del mercado) y que permite mirar al futuro inmediato con una cierta tranquilidad de que no es necesario que nada cambie (y eso en el día en que la librería Amazon desembarcó en España), otros editores plantean que las editoriales solo encontrarán su espacio en la era digital si se abren a las nuevas posibilidades que ahora se plantea: el editor se irá transformando cada vez más en un creador de mercados, así como el autor tendrá que asumir nuevas tareas en este nuevo espacio en que no solo importa lo que escribe (los textos que entrega a las editoriales para ser difundidos) sino también ellos mismo convertidos en “marca”, en un “personaje”, que puede comunicarse directamente con sus lectores a través de diversos medios. A mí, como a muchos de los que compartíamos mesas y tertulias, no me cabe duda que solo las editoriales que sean capaces de adaptarse a los nuevos medios de difusión, de venta digital, de acceso al lector desde diferentes perspectivas y posibilidades, serán las que sobrevivan en el futuro.

En las estadísticas con las que trabaja el gremio de editores, solo tienen en cuenta los libros (impresos o electrónicos) que se venden, pero quedan fuera de ellas los hábitos de lectura digital, la cantidad enorme de información digital de los jóvenes (y no tan jóvenes) están (y estamos) consumiendo.

Ahora todo ese flujo de información no tiene repercusión económica porque los cauces tradicionales de negocio no lo han sabido asumir, pero quizás en unos años (unos meses) empresarios innovadores den con la fórmula adecuada para hacer dinero de estos nuevos flujos de lectura, de acceso a la literatura gracias a textos digitales que no llegan a la industria editorial tradicional. Javier Celaya, con su capacidad de análisis, lo dejó claro: los errores serán muchos porque no hay una “hoja de ruta”, pero esta misma ausencia es también un aliciente para experimentar nuevos servicios al lector por parte de las editoriales (y de otros intermediarios que pueden surgir), así como la tecnología informática permite ya conocer hábitos de lectura que permitirán diseñar nuevos modelos textuales así como descubrir nichos futuros de negocio.

Segunda idea: en cuanto a los escritores, a la creación literaria más allá del canal de su difusión (no solo el libro analógico, sino también el electrónico), se puso en evidencia cómo la influencia de la tecnología digital estaba afectando tanto a la posición y función del escritor (esa “marca” del que algunos querían huir como del alma que lleva el diablo) como a su propia escritura.

Se habló poco de cómo la lectura fragmentada que hacemos continuamente, el acceso rápido a la información, etc., puede también ofrecer nuevos modelos narrativos y formas de estructuras los textos literarios que están pensados para seguir siendo difundidos y leídos en el formato del libro analógico (como el cine o el vídeo han influido en la literatura del siglo XX), y mucho más de experiencias de autores que aprovechaban sus propios medios de comunicación (redes sociales, blogs, portales de Internet…) para promocionar sus obras, darse a conocer, ir creándose una “identidad digital”: y en este punto se abrió un interesante debate sobre las consecuencias nefastas de que esta “identidad” la pudieran gestionar personas o empresas ajenas al autor, con el consiguiente pérdida de control sobre uno mismo.

Y junto a esta nueva formulación de la figura del autor (sus funciones y posibilidades) en el marco de la literatura que se basa tan solo en la tecnología de la escritura (tal y como se ha impuesto a partir del siglo XIX), algunos nuevos creadores digitales mostraron sus obras, su acercamiento a nuevos lenguajes, a ese dejarse llevar por el campo de la “literatura (en) digital”, con sorprendentes obras en las que no hay límites de lenguajes, de morfologías de la información.

Dos días intensos en que se puso de manifiesto que en absoluto el nacimiento de un nuevo medio de transmisión (y también de creación) como ofrece la tecnología informática alrededor del texto digital (en sus múltiples facetas y posibilidades) debe acabar con la literatura tal y como la conocemos. Y mucho menos que propicie literatura de peor calidad. El tiempo dirá lo que queda y lo que se olvidará. Como también lo ha hecho con la literatura que solo se ha difundido en papel. ¿Acaso alguien se acuerda de Eugenio Sue, uno de los narradores de folletines más famosos en la Europa del siglo XX?

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El desembarco de Amazon

El anuncio se ha hecho esperar pero al final ha llegado: el 14 de septiembre se presenta en sociedad la filial de Amazon en español, de la mayor librería mundial, que nació en 1995 en Seattle en un garaje, como tantos de los grandes emporios y multinacionales que hoy rigen y controlan los mercados y las bolsas.

Después de las filiales en Gran Bretaña, Francia o Italia, ha llegado la hora de que España (y con él el español) tenga cada vez una mayor presencia en esta librería, que es también una de las responsables del auge y triunfo de los lectores electrónicos (e-readers) de segunda generación (los de tinta electrónica) con las ventas millonarias de su kindle (con varios millones de unidades vendidas).

Y esto es solo el principio, pues Amazon, de la mano de Jeff Bezos, forma parte de ese pequeño grupo de empresas digitales que no conoce el concepto de límites, que se abre y experimenta en nuevas posibilidades, como una de las características de las nueva economía de futuro, la economía que ha nacido de los garajes de Microsoft o de Apple, las empresas que se pasean por las bolsas mirando cara a cara a la crisis, lo que no puede decirse de las aquellas que han dirigido la economía del siglo XX, que está en estos meses demostrando su incapacidad de sobrevivir en el futuro: los bancos.

Según lo que se ha ido indicando en las últimas semanas y a la espera de la anunciada rueda de prensa del día 14, Amazon parece que comienza su andadura en España recorriendo el puente comercial que existe entre una industria editorial tradicional (la basada en la impresión y distribución de libros, tal y como triunfó a partir del siglo XVI) y las nuevas posibilidades de acercamiento al lector gracias a los medios digitales: una librería digital que ha adquirido miles y miles de ejemplares para poder ofrecerlos a los compradores, que podrán conocer de su existencia gracias a su magnífica base de datos y que podrá comprarlos de manera sencilla, tal y como ha venido siendo habitual desde su creación.


Una librería virtual, como tantas otras, que, por su tamaño, por su capacidad comercial, por sus inversiones, puede convertirse en monopolio, acabar con la competencia en el mercado… aunque el mercado es tan amplio que no creo, en un primer momento, que pueda competir con Iberlibro, con esa magnifica librería virtual en que miles de libreros de todo el mundo aprovechan la plataforma informática para poder hacer conocer sus ejemplares, sus existencias. Recuerdo (con una cierta nostalgia) las mañanas dedicadas a pasear por las casetas de librerías en Recoletos, en la Feria del Libro antiguo y de ocasión; las horas leyendo lomos y títulos, buscando ese ejemplar de una traducción de Eminescu realizada por Alberti y publicada en Buenos Aires (demostración de lo friki que uno puede ser) y como uno encontraba, al pasar, otras joyas jamás pensadas. Horas y horas de búsquedas.

Con el paso de los años, todo se ha hecho más profesional y, en parte, sencillo: una búsqueda (de pocos segundos) desde el ordenador de casa de la magnífica base de datos de Iberlibro me ha llegado a encontrar libros descatalogados, perdidos, olvidados en estanterías de medio mundo que no hubiera jamás podido encontrar en las ferias o las librerías visitadas.

Y en unos pocos minutos he podido comprarlo (quizás a un librero holandés) y en unos días, lo he recibido en casa… Millones de ejemplares, de libros puestos a nuestra disposición gracias a que hay libreros que se dedican, con su saber, con su trabajo, a encontrarlos, a catalogarlos, a ofrecerlos: ayer estaban limitados a hacerlo mediante ferias, catálogos y estantes en lugares céntricos; hoy en día, pueden aprovecharse de las redes de información informática, de las posibilidades de crear bases de datos relacionables, para así poder ofrecer sus productos a un público interesado más amplio. Y todos a un mismo nivel, desde la librería más pequeña a la mejor surtida. El libro, el ejemplar buscado es único en cada una de ellas.

Amazon en su primera salida a España viene a sumar un elemento más en esta cadena de la nueva difusión y distribución del libro impreso gracias a las herramientas de comunicación y de información que ha creado la tecnología informática. Pero este es solo el primer paso, el más cercano a la “etapa de incunable” en que vivimos en el mundo editorial (y comercial)… una etapa de copiar e imitar en el nuevo medio los usos y formas del medio anterior, en el que nos hemos criado y en el que nos sentimos cómodos.

Pero este es solo el primer paso, la primera piedra de nuevos espacios de relación entre el libro (o el texto) y el comprador (o el lector) en la nueva Sociedad de la Información y el Conocimiento. En España estamos muy lejos de las cifras de ventas que se publicitan en Norteamérica. La Asociación de Editores de Estados Unidos daban a conocer las cifras de ventas en la primera mitad del 2011: los libros electrónicos habían gozado de un aumento del 161% de ventas con respecto al año anterior; mientras los libros impresos no dejaban de caer en sus ventas: en un 64% los de tapa blanda y un 25% los de tapa dura… Y mientras el negocio de las librerías virtuales seguían creciendo, el cierre de las tradicionales no ha dejado de ser una costumbre.

Reciclarse o morir. En estos días en que en España estamos de inauguración, Amazon anuncia que está estudiando la posibilidad de ofrecer una suscripción, una especie de tarifa plana para poder consultar el fondo editorial que ofrece a partir de la “nube”, de ese espacio virtual en que la “materialidad”, el elemento físico propio y necesario de la tecnología de la escritura (arcilla, rollo, códice, libro, periódico…) ha terminado por desaparecer. Así se hace ya para la música (Spotify) y así para el cine (Netflix)… solo era cuestión de tiempo que llegara a la literatura. Algunas empresas españolas ya lo están haciendo (24symbols), pero que Amazon, el monstruo editorial y empresarial de Amazon lo piense, ya es un gran paso adelante…

Reciclarse o morir. Así le pasó a la industria alrededor del rollo en el Imperio Romano cuando llegó triunfante el códice en pergamino, dejando al papiro en un segundo plano; así sucedió con la industria alrededor del códice manuscrito cuando triunfó la industria de la imprenta en el siglo XVI, así tuvo que adaptarse la imprenta artesanal cuando llegó la industrial en el siglo XIX, y así le pasó a esta con el triunfo de las tecnologías del sonido y de la imagen en el siglo XX (fonógrafo, radio, cine, televisión…). Y así lo estamos viendo en el presente. Solo las empresas que sean capaces de adaptarse a los nuevos tiempos, de tener ojos, oídos y voluntad de asimilar los cambios que la tecnología informática está imponiendo, son las que sobrevivirán en el futuro.

¿Acaso alguno de nosotros recuerda algunas de las grandes corporaciones, las empresas constructoras de grandes ordenadores que se negaron en los años setenta a invertir en el negocio de los ordenadores personales? Tiempo al tiempo. La época del “incunable” de la industria editorial está llegando a su fin. Y la llegada de Amazon a España es solo una pieza más de un apasionante puzzle que se irá completando en los próximos años. Lo quiera Planeta o no. Lo quiera Prisa o no.

Publicado en el Diario de Alcalá el 13 de septiembre

domingo, 4 de septiembre de 2011

Veinte horas

Había comenzado a comer cuando encendió la televisión para escuchar las noticias. La ensalada y la piña sobre de la mesa recordaban los excesos del verano y las ganas de perder esos kilos que salían a relucir en la báscula por la mañana y en las conversaciones a lo largo de todo el día. Un día más. Con sus rutinas, con sus encuentros y con los compromisos que se van dejando para mañana, para un rato después. Encendió la televisión sin ganas, sabiendo casi de memoria las noticias que le iba a devolver el telediario, daba lo mismo la cadena en que lo viera; noticias de agencia, noticias de las últimas ofensivas contra Gadafi, de los sustos de las bolsas que han vivido un verano de montaña rusa debido a los especuladores –dueños del momento y de la economía mundial-, de los intentos del PSOE y del PP de conseguir apoyos a su reforma constitucional, del cada vez más amplio debate y oposición al mismo en la calle, con el 15-M como protagonista… sin olvidar las catástrofes en Estados Unidos, en Japón, en China, y los últimos fichajes de fútbol o los triunfos de nuestros tenistas en su recorrido anual de torneos. Veía las imágenes, escuchaba las noticias repetidas en las cadenas con la misma desidia con que se llevaba la ensalada a la boca, con que masticaba la lechuga, el tomate y el pepino. Pero de pronto dejó de hacer zapping porque una frase, casi escuchada al vuelo, le llamó la atención: "Sabemos que les estamos pidiendo un esfuerzo especial, pero veinte horas son en general menos que los que trabajan el resto de los madrileños”… aquellas palabras, casi como una confesión, las pronunciaba Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, y lo hacía poniendo cara de pena, como si el anuncio de posibles huelgas por parte de los profesores de Insituto anunciadas para dentro de una semana fuera algo incomprensible para ella, como si las medidas adoptadas por su gobierno para ahorrar gastos en educación no fueran de lo más razonables, que incluso deberían ser aprobadas por profesores, padres y alumnos con aplausos… No pudo seguir comiendo. La ensalada se convirtió en una bola de indignación y de rabia. Nada podía hacer para contrarrestar esta idea, esta bomba demagógica que la presidenta había dejado caer como un medio más de su estrategia de no enfrentar ni solucionar los problemas sino de complicarlos y radicalizarlos. Dejó la ensalada a un lado de la mesa, se tomó un yogur y puso la cafetera en el fuego. Necesitaba datos. Necesitaba intentar comprender lo que estaba pasando.


Los datos son los siguientes: los profesores de Instituto por ley tienen una horquilla de horas de clasejavascript:void(0) que va de 17 a 21 horas semanales. Desde hace ya varios años, el número de horas lectivas se ha establecido en 18, que se completan con guardias, tutorías, labores administrativas, sesiones de evaluación, reuniones pedagógicas, claustros… hasta las 37’5 horas reales de trabajo semanal que debe cumplir todo profesor, como la gran mayoría de los madrileños. ¿Acaso alguien en su sano juicio piensa que el locutor que está dando las noticias solo trabaja el tiempo que dura la emisión de un telediario? ¿O que un político –si se puede considerar el suyo un trabajo- solo está trabajando cuando está en su despacho?
Si el gobierno de la Comunidad de Madrid, dentro de las medidas de ahorro al que tiene que someterse (después de los despilfarros contables de los últimos años, como le sucede a tantas adminsitraciones de nuestro aparato político basado en el clientelismo y no en la eficacia), ha decidido aumentar las horas lectivas de 18 a 20, ¿dónde está el ahorro? Lo que no dice la frase es lo que realmene se pretende hacer. Se les está pidiendo un “esfuerzo especial” a los cerca de 3000 interinos que se quedarán en la calle, a 3000 jóvenes que no tienen todavía plaza fija, pero que han pasado por una oposición y que están aportando sus conocimientos y entusiasmo a la espera de nuevas plazas que permitan seguir participando de la educación pública; a estos 3000 jóvenes que han visto cómo este año se han reducido drásticamente las plazas en las oposiciones (primero aplazadas y luego convocadas demasiado tarde), y muchos de ellos han tenido que optar a oposiciones en Castilla-La Mancha, Castilla-León o en Andalucía; se le pide un “esfuerzo especial” a muchos profesores que, en quince días, se encuentran que, para completar esas “simples” dos horas lectivas más, tienen que asumir asignaturas y materias de las que no son competentes ni están preparados; se le pide un “esfuerzo especial” al propio sistema educativo madrileño que debe dejar a un lado elementos esenciales de nivelación y de mejora de la calidad docente como son las tutorías y las clases de apoyo; se le pide un “esfuerzo especial” a los padres para que sigan callados ante la degradación progresiva de una educación pública, en que la calidad se está supeditando a la cantidad.
Decir que apoyar la educación y al profesorado es sufragar campañas millonarias para dar a conocer la “Ley de Autoridad del Profesor” o la educación bilingüe es volver, una vez más, a mentir a una opinión pública que recibe estos mensajes anestesiada por tantos años de silencio y de manipulación. ¿Hasta qué punto un responsable político puede mentir públicamente, desde la tribuna de su cargo, amparada en todos los símbolos de su poder (rueda de prensa, banderas, televisiones a su servicio…), y no tiene que rendir cuentas de sus decisiones, de sus palabras? Decir que un profesor trabaja tan solo veinte horas y que estas son menos de las horas que trabaja cualquier madrileño es una forma de crear confusión, de poner a la opinión pública en contra de uno de los baluartes de cualquier sociedad: la educación y las personas que dedican su tiempo y conocimiento a hacerla posible. ¿Para qué gastarse millones de euros en una campaña publicitaria para que los niños y los padres respeten la figura del profesor cuando declaraciones como las de la Presidenta los presenta como unos desalmados parásitos que no quieren perder ninguno de sus privilegios?
Sin duda, son necesarios los ajustes económicos en la Comunidad de Madrid. A mí, a bote pronto, se me ocurre que dado la falta de compromiso que Esperanza Aguirre tiene con la educación y el empleo en Madrid, ¿por qué no suprime el cargo de consejera de Educación y Empleo? Por los resultados que tiene, me temo que ni llega las veinte horas de estancia en el despacho a la semana. Y sueldo a sueldo inútil, quizás se llegue a los recortes económicos necesarios sin tener que tocar ni la educación ni la sanidad.

Publicado en el Diario de Alcalá, 8 de septiembre de 2011

martes, 30 de agosto de 2011

Un verano atípico

Agosto está dando ya sus últimos coletazos, las últimas hojas en el calendario y los reencuentros y las caras largas de quienes han tenido que volver a la rutina del trabajo o los que ya saben que muy pronto tendrán que volver a la rutina del trabajo, y eso que hoy en día la palabra trabajo se cotiza al alta en las bolsas de las conversaciones y de la realidad económica… pero no sé si ustedes, pero a mí este verano, este mes de agosto me ha resultado de lo más atípico, como si el verano todavía estuviera por llegar, como si en realidad estuviéramos agotando los últimos días del mes de julio y esperáramos, con ansia, la llegada de un agosto anodino, un agosto con el cartel de “cerrado por vacaciones”, un agosto de paréntesis y de calles vacías y ciudades fantasmas.

¿Recuerdan aquellos agostos en que quedarse en una ciudad, como Alcalá de Henares, era condenarse a tener que peregrinar por las tiendas en busca de pan y esperar a que algún bar se apretara el cinturón para ofrecernos alguna cerveza fría por la noche? ¿Recuerdan aquellos agostos en que nada pasaba, en que todo se dejaba para la vuelta de las vacaciones, en que los políticos buscaban lugares alejados para no ser sorprendidos por las cámaras mientras tomaban la siesta o jugaban al dominó con sus compañeros anuales de todos los veranos, esos que siempre le dejaban ganar con una sonrisa en los labios? ¿Recuerdan aquellos agostos en que las imágenes de las playas abarrotadas y los programas anodinos en la televisión y las reposiciones de los mismos programas del invierno eran la tónica general, en que quedarse a trabajar era una verdadera tragedia, imponiendo la triste imagen del “rodríguez”, que aparcaba a la familia en el pueblo, que veía por aquellos días duplicada su población, y que solo volvía a verlos los fines de semana y las fiestas de guardar?

Pero todo ha cambiado, todo ha cambiado en estos últimos años y parece que este año de crisis el cambio se ha convertido ya en tónica y en costumbre. ¿Dónde están esos atascos kilométricos que justificaban las operaciones salidas y que convertían el asfalto en un verdadero infierno (literalmente) en que el reloj del coche parecía no avanzar a la misma velocidad que los kilómetros que quedaban para volver a casa? ¿Cuándo llegamos? ¿Queda mucho? Ya son frases típicas y esperadas del verano que los más pequeños nunca podrán pronunciar ni sentir…



Este agosto ha sido atípico en tantas cosas. Parece que nada le diferencia de los meses anteriores, que nadie ha querido perderse la oportunidad de amargarnos este paréntesis, el único que, en ocasiones, nos permite aguantar y sobrevivir en los meses de otoño y de inverno hasta llegar al nuevo paréntesis (en este caso familiar y gastronómico) que son las vacaciones de Navidades.

Los mercados han seguido llenando de rojo los titulares de todos los periódicos y de las cabeceras de los telediario, continuando la misma cantinela que nos cuesta tanto entender a todos: que si el Estado sigue consiguiendo poner deuda pública en el mercado, aunque a altos intereses (que terminará por tener que pagarse, con lo que habrá que pagar con nueva deuda en una espiral de difícil conclusión), que si las agencias siguen sin confiar en la economía española y fluctúan sus calificaciones de un día a otro, como si nuestra economía fuera un adolescente que se enamora y desenamora de un momento a otro, que si desde Europa se mandan mensajes y las agencias económicas mundiales (que no supieron ver el alcance de la crisis económica y financiera en que nos hemos instalado) ahora tuviera la clarividencia del futuro: ¡si aciertan tanto como en el pasado, apañados estamos!... y para colmo, sin terminar agosto, sin darle un respiro a este mes de los más absurdos que hemos vivido en los últimos años, los dos grandes partidos nacionales consiguen en una semana lo que no han podido hacer en los últimos ocho años: llegar a un acuerdo para modificar la Constitución. ¡Manda huevos!, que diría el clásico… Y por supuesto, nada de consulta popular (aprovechando la cercanía del veinte de noviembre) ni de tocar la Carta Magna en los otros asuntos realmente relevantes: el papel del Senado, la igualdad de la mujer a la hora de ser declarada heredera del trono, la ley de partidos, etc. etc…


Yo así no entiendo nada. Nos han cambiado las reglas del juego: el mes de agosto es para leer novelas de Agatha Chistie (ya sea en papel o en un lector electrónico) tumbado en la playa o en la piscina, o en el porche de la casa en el pueblo, para comprar el periódico y dejarse llevar por los cuentos que se les pide a los escritores que se imaginen para poder llenar páginas faltas de noticias y de asuntos de interés, para disfrutar con las campañas de verano de los principales equipos de fútbol que calientan su capacidad de hacer dinero por tierras asiáticas o americanas, para sufrir con las penurias de la Vuelta a España y el calor que tienen que soportar los pobres ciclistas, y para esas conversaciones banales de política, en que las visitas del presidente al Rey en Mallorca se convierten en citas ineludibles por no haber otras de mayor interés… y las calles de nuestras ciudades casi desiertas, con el gusto de poder circular casi sin coches, casi sin gente… como única forma de convencernos de que es mucho mejor coger las vacaciones en julio o en septiembre, huyendo de las masas y de la gente (triste excusa que nos convertía en personajes extraños frente al resto de nuestros familiares y conocidos).


Pero este año nos han cambiado agosto y nada, absolutamente, nada le diferencia de los meses que han pasado… y me temo que tampoco le diferenciará de los que nos quedan antes de llegar al 31 de diciembre. ¡Qué pereza! ¿Acaso sería posible darle la vuelta al calendario? Quizás si los dos grandes partidos nacionales se lo piensan… o si Ángela Merkel se lo insinúa… todo es cuestión de plantearlo… ¿Se nota que, como muchos, me da mucha pereza comenzar septiembre de la misma manera que terminamos julio?

¿Será Camps ministro?

Las fechas de verano no son propicias para las noticias, para llenar las páginas de los periódicos que, desde el siglo XIX, necesitan mantener una normalidad cuando el tiempo parece empeñarse en perderla, en hacer de la rutina y de las vacaciones una forma de vida. Un paréntesis en medio de la nada, de esa nada a la que llamamos trabajo, esfuerzo, cotidianidad. Las “serpientes de verano”, con el monstruo del lago Ness a la cabeza, llenan de noticias increíbles o sorprendentes el vacío periodístico.

Pero todo parece estar cambiando en este mundo digital en que nos hemos instalado con una comodidad pasmosa: ya ni los veranos eran lo que hace unos años ni las serpientes esperan a agosto para hacer su entrada triunfal por los periódicos, ni los propios periodistas tienen que devanarse los sesos en busca de historias sorprendentes para poder hacer sus crónicas… ¡para eso tenemos a nuestros políticos, que se empeñan en protagonizar noticias incluso en el momento en que todos descansamos cuando ellos parten a sus vacaciones!


No estamos en agosto. No han comenzado las vacaciones (que, como decía ya no son esas vacaciones de todo cerrado y de ciudades fantasmas), pero lo vivido la semana pasada alrededor de la dimisión del honorable presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, merece una parada en el camino y una marcha atrás, una reflexión algo veraniega. Los detalles de la dimisión los conoceremos dentro de unos años, pero lo que ha trascendido, lo que pudimos vivir a lo largo del pasado 21 de julio no deja de ser el guión de un vodevil de aquellos que recuerdan la pandereta y las chapuzas de los que (algunos) creíamos que nos habíamos alejado… ahí están los datos: desde que, a partir del caso Gürtel, que sigue su lento paso por los tribunales madrileños y valencianos en espera de aires políticos más favorables, se destapara el escándalo de los trajes que el presidente de una comunidad autónoma presuntamente recibía de una trama corrupta que conseguía contratos millonarios de esta misma comunidad (así como de otras), las intervenciones de Francisco Camps (el político más italiano –y no solo por los trajes-, de España, el más sibilino) han sido una joya que deberían ser estudiadas (si no lo son ya) en las facultades de Ciencias Políticas: y así en estos dos largos (y bochornosos) años, hemos pasado de la negación más rotunda a estar a unos minutos de ir a los juzgados a declararse culpable y pagar una millonaria multa a cambio de no tener que sentarse en el banquillo de los acusados, sin olvidar algunas de las perlas que ha dejado sembradas en el camino: que a él solo le juzgan las urnas (y su revalidación de la mayoría absoluta tendría que hacernos pensar en los límites de la democracia), o que él solo recibió trajes y otros regalos como presidente del Partido Popular en Valencia y nunca como Presidente de la Comunidad Valenciana… pero esta es historia que todos conocemos y que a muchos nos sorprende, irrita e indigna ha puesto de manifiesto una de las grandes carencias de la democracia española: la imposibilidad (política, ética, social, judicial…) de expulsar como representantes del pueblo a quienes están imputados en delitos que atentan contra su propia representatividad.

El honor y la honradez no se ganan con mayorías absolutas ni se mantienen con mordazas a la prensa y a la televisión pública, sino con actos y con respuestas. Historia conocida y bochornosa la de estos últimos años… pero historia que no podía acabar de otra manera que el vodevil de la semana pasada, plagada de una ristra de declaraciones que harían reír si no fueran tan vergonzosas, tan indignantes.



El pasado 21 de julio saltaron todas las alarmas de los periódicos, de las agencias de prensa, de los medios de comunicación: se daba por seguro que en unos minutos, Federico Trillo, enviado por la cúpula dirigente del PP desde la madrileña calle Génova, había conseguido su propósito, lo que tanto le había costado y por lo que tanto se había luchado en los últimos días, desde que se hiciera público que Camps estaba acusado formalmente de un delito de cohecho y que, por el mes de octubre, debería sentarse en el banquillo de los acusados: esa misma tarde iría al juzgado (al que se le pidió que ampliara su horario para tal fin) a declararse culpable de lo que llevaba años negando (incluso en el parlamento autonómico en más de una ocasión y con una chulería y una sonrisa típica de un bar de carretera que de un lugar representativo del poder legislativo) y pagar la multa que le había impuesto el juez.

La imagen de Camps, gran valedor de Rajoy, entre los acusados justo en el momento de una campaña electoral de unas elecciones generales anticipadas (espacio político en que se mueven todos los partidos en la actualidad) le quitaba el sueño a un Rajoy que está ya soñando con pasar cuatro años de vacaciones en la Moncloa. Y el guión se escribió con Trillo, con Camps y con el resto de los dirigente del PP valenciano… por la mañana, Víctor Campos, ex Vicepresidente del Consell, y Rafael Betoret, ex jefe de gabinete de la Conselleria de Turismo y actual Jefe de Protocolo de la Diputación de Valencia, también imputados en el “caso de los trajes”, habían ido a pagar su multa y firmar su culpabilidad. Tan solo Ricardo Costa, ex secretario general del PP valenciano y, sin duda, el más listo de todos, había afirmado que firmaría cuando Camps lo hubiera hecho… y nada de eso sucedió.

A las tres de la tarde, Camps se sacó de la chistera un nuevo guión, mucho más acorde con su perfil político de opereta, y convocó a los medios de comunicación para anunciar su dimisión… ¡para así poder tener más libertad para defender su inocencia!

Si su mensaje de dimisión, ante los medios de comunicación allí presentes, algunos de ellos censurados cuando quisieron difundir en directo lo que estaba sucediendo, está lleno de mensajes cifrados, de amenazas más o menos veladas, me quedo con la frase antológica, que marcó parte de su intervención, aquella que presentaba su dimisión como "sacrificio personal para que Mariano Rajoy sea el próximo presidente del Gobierno y el PP gobierne España"… Se puede decir más alto, pero creo que no más claro.

Y las reacciones y las frases de los siguientes días, presentando a Camps como un ejemplo a seguir en política deberían hacer reflexionar a más de uno… ¿este es el modelo de político que queremos para la España del siglo XXI, la España que debe afrontar los retos de haber salido de la burbuja inmobiliaria y de ese cuento de hadas económico que nos vendió Aznar y sus asesores queriendo formar parte de los países más ricos del mundo? ¿Cuál es el modelo que ha dado Camps a los jóvenes, a la ciudadanía con su comportamiento de estos dos últimos años, de las horas previas antes de su dimisión? ¿Cuál es el ejemplo de un político que es capaz de mentir ante su propio parlamento sobre su comportamiento? Y si no lo hizo, si en realidad es inocente, como luego se ha dicho urbe et orbi, ¿qué ejemplo ha dado aceptando declararse culpable de cohecho y pagar una multa para que así no perjudicara a Rajoy en la próxima campaña electoral? Y si tenía dudas de su decisión, si no tenía claro cómo actuar, ¿cómo dejó que dos de sus colaboradores más directos fueran al juzgado a declararse culpables de un delito del que Camps es el máximo beneficiario?


Con los años sabremos los detalles y podremos poner algo de luz a tanta oscuridad política, a una forma de entender la política que, lamentablemente, se está extendiendo como el aceite en nuestra vida pública… ¿y lo peor? Es que no creo que sea una serpiente de verano el afirmar que Camps será ministro en el próximo gobierno de Rajoy… Tiempo al tiempo…


¡Y felices vacaciones, que nosotros sí que mantenemos las costumbres de gente de orden y cerramos en agosto para recuperar fuerzas y seguir llenando páginas en el cuaderno rojo!

martes, 18 de mayo de 2010

No nos falles

Se despertó. Miró el reloj de la mesilla y vio que no eran más de las tres de la madrugada. La respiración entrecortada, la almohada empapada de sudor y el cuerpo como si le hubiera dado una paliza. Intentó levantarse, pero le fallaban las fuerzas y tampoco quería despertar a Sonsoles, que dormía a su lado. Volvió a tumbarse y se quedó mirando el reflejo del reloj digital sobre el techo de su habitación. Era una manía que conservaba desde niño: tenía que saber en cada momento la hora en que vivía. Se quedó mirando el reloj y cómo parecía no pasar el tiempo. ¡Y eso que había pasado tan rápido en los últimos años…! Últimamente no podía dormir. No eran las preocupaciones, ni tampoco las difíciles decisiones que tendría que tomar. Nada de eso. Era una frase, una frase que, al cerrar los ojos, se convertía en un martillo que le hacía pedazos el sueño y la tranquilidad. Una frase que le envolvía en el sudario de las promesas y que convertía su cama en un verdadero recital de piruetas, de vueltas y más vueltas, en el circo absurdo de veinte pistas en que se había convertido su vida. Una frase que le hacía daño en la garganta, y en los riñones, y en la mirada y en la sonrisa. Una frase que creía escondida en cada una de las frases que oía cada día, a cada minuto. Intentó cerrar los ojos y dejar que el pensamiento se fuera en busca de mejores recuerdos, y se encontró, casi sin quererlo, de vuelta a aquel 14 de marzo de 2004, subido en esa improvisada plataforma que le llevó a dar las gracias a las cientos de banderas, de sonrisas, de abrazos y de esperanzas que se habían congregado delante de la sede del partido. Y con los ojos cerrados, sonrió, sonrió como un niño, sonrió como un niño al que le acaban de comprar el regalo de cumpleaños que tanto ansiaba, por el que tanto había luchado. Sonrió con la seguridad de que ese momento era suyo, que nadie se lo podría robar, que nada podría cambiárselo… pero de pronto, volvió aquella frase, aquella única frase y comenzó a temblar. Se hizo un ovillo dentro de la cama y se acercó al cuerpo protector de Sonsoles, que seguía durmiendo, ausente.
¿Qué había pasado? ¿En qué momento se había levantado por encima de los problemas y se le había vuelto transparente la mirada? No tenía respuesta. Se miraba en el espejo del cuarto de baño después de afeitarse y se veía igual que siempre, igual que en aquella locura del 2004, igual que en aquellos años felices de parlamentario gris y anónimo, en aquellos otros duros como jefe de la oposición… se veía igual. Quizás un poco más viejo. Quizás un poco más cansado. Quizás un poco más escéptico. Pero igual en su esencia. Había vivido la política desde niño y desde niño había sabido que la política no podía cambiarle, que ese era el principio del fin. Y ahora que se encontraba al final de todo, ¿en qué momento había fallado? Se miró en el espejo una vez más, en busca de una respuesta, de una fecha, de un acontecimiento. Pero no encontró más que su imagen seria al otro lado. Una imagen que era la suya, por más que había comenzado a no reconocerse en ella. Hizo un repaso de los asuntos que tenía que tratar aquella mañana de manera urgente y suspiró agobiado. Agobiado y aburrido. ¿Dónde había dejado el entusiasmo de los primeros tiempos, esa fuerza que le hacía salir al cuadrilátero político cada mañana como si fuera la primera vez, la primera ocasión en que tenía que revalidar su título? Estaba cansado. Y, lo peor, se sentía cansado. Pero aún era pronto para tirar la toalla. Eso jamás. Lo último que podía hacer ahora era cambiar… cambiar… ¿cambiar?, se preguntó. ¿Cuándo había cambiado? Recordó aquellas primeras semanas de abril, aquellas primeras decisiones que tomó, que sorprendieron a todos porque todos estaban convencidos de que la “realpolitik” vendría a ser la apisonadora con que los intereses creados acabarían con tantas promesas lanzadas a diestro y siniestro durante la campaña electoral. Y él dio un paso al frente e hizo realidad lo prometido. ¿Y ahora? ¿En qué estaba fallando?
Mientras iba andando por el pasillo, escuchó a lo lejos la cafetera y un aroma a café recién hecho le devolvió la sonrisa a la cara. Le gustaban los desayunos. Le gustaba compartir esos minutos con su familia, en la aparente normalidad de cualquier familia, con los problemas y los asuntos de una familia cualquiera… le gustaba hablar un rato con sus hijas, escuchar sus quejas y sus silencios adolescentes, creerse normal en una cocina normal de cualquier familia normal. Aunque no lo fuera. Aunque nunca lo pudiera ser. Y escuchaba con una sonrisa, y preguntaba con una sonrisa, y se tomaba el café con una sonrisa, y contestaba a las preguntas de Sonsoles con una sonrisa… pero de lo único que cada mañana le hubiera gustado hablar era de esa frase que le obsesionaba como una pesadilla, de esas palabras que eran su conciencia abierta como una herida en el corazón de sus ideales. ¿En qué momento había dejado de sentir la sintonía entre sus deseos y la realidad? ¿En qué momento su optimismo no era la fuerza telúrica que podría cambiar el rumbo de los astros y de los acontecimientos más mundanos? Y contestaba a las preguntas que no escuchaba, y sonreía ante las bromas que no entendía, y saboreaba el café que le ardía en el estómago, como el profesional en que se había convertido. Sonreía sabiendo que no había ninguna razón para hacerlo. Por costumbre, quizás. Por naturaleza, tal vez. Por no sentirse solo, sin duda.