martes, 30 de agosto de 2011

Un verano atípico

Agosto está dando ya sus últimos coletazos, las últimas hojas en el calendario y los reencuentros y las caras largas de quienes han tenido que volver a la rutina del trabajo o los que ya saben que muy pronto tendrán que volver a la rutina del trabajo, y eso que hoy en día la palabra trabajo se cotiza al alta en las bolsas de las conversaciones y de la realidad económica… pero no sé si ustedes, pero a mí este verano, este mes de agosto me ha resultado de lo más atípico, como si el verano todavía estuviera por llegar, como si en realidad estuviéramos agotando los últimos días del mes de julio y esperáramos, con ansia, la llegada de un agosto anodino, un agosto con el cartel de “cerrado por vacaciones”, un agosto de paréntesis y de calles vacías y ciudades fantasmas.

¿Recuerdan aquellos agostos en que quedarse en una ciudad, como Alcalá de Henares, era condenarse a tener que peregrinar por las tiendas en busca de pan y esperar a que algún bar se apretara el cinturón para ofrecernos alguna cerveza fría por la noche? ¿Recuerdan aquellos agostos en que nada pasaba, en que todo se dejaba para la vuelta de las vacaciones, en que los políticos buscaban lugares alejados para no ser sorprendidos por las cámaras mientras tomaban la siesta o jugaban al dominó con sus compañeros anuales de todos los veranos, esos que siempre le dejaban ganar con una sonrisa en los labios? ¿Recuerdan aquellos agostos en que las imágenes de las playas abarrotadas y los programas anodinos en la televisión y las reposiciones de los mismos programas del invierno eran la tónica general, en que quedarse a trabajar era una verdadera tragedia, imponiendo la triste imagen del “rodríguez”, que aparcaba a la familia en el pueblo, que veía por aquellos días duplicada su población, y que solo volvía a verlos los fines de semana y las fiestas de guardar?

Pero todo ha cambiado, todo ha cambiado en estos últimos años y parece que este año de crisis el cambio se ha convertido ya en tónica y en costumbre. ¿Dónde están esos atascos kilométricos que justificaban las operaciones salidas y que convertían el asfalto en un verdadero infierno (literalmente) en que el reloj del coche parecía no avanzar a la misma velocidad que los kilómetros que quedaban para volver a casa? ¿Cuándo llegamos? ¿Queda mucho? Ya son frases típicas y esperadas del verano que los más pequeños nunca podrán pronunciar ni sentir…



Este agosto ha sido atípico en tantas cosas. Parece que nada le diferencia de los meses anteriores, que nadie ha querido perderse la oportunidad de amargarnos este paréntesis, el único que, en ocasiones, nos permite aguantar y sobrevivir en los meses de otoño y de inverno hasta llegar al nuevo paréntesis (en este caso familiar y gastronómico) que son las vacaciones de Navidades.

Los mercados han seguido llenando de rojo los titulares de todos los periódicos y de las cabeceras de los telediario, continuando la misma cantinela que nos cuesta tanto entender a todos: que si el Estado sigue consiguiendo poner deuda pública en el mercado, aunque a altos intereses (que terminará por tener que pagarse, con lo que habrá que pagar con nueva deuda en una espiral de difícil conclusión), que si las agencias siguen sin confiar en la economía española y fluctúan sus calificaciones de un día a otro, como si nuestra economía fuera un adolescente que se enamora y desenamora de un momento a otro, que si desde Europa se mandan mensajes y las agencias económicas mundiales (que no supieron ver el alcance de la crisis económica y financiera en que nos hemos instalado) ahora tuviera la clarividencia del futuro: ¡si aciertan tanto como en el pasado, apañados estamos!... y para colmo, sin terminar agosto, sin darle un respiro a este mes de los más absurdos que hemos vivido en los últimos años, los dos grandes partidos nacionales consiguen en una semana lo que no han podido hacer en los últimos ocho años: llegar a un acuerdo para modificar la Constitución. ¡Manda huevos!, que diría el clásico… Y por supuesto, nada de consulta popular (aprovechando la cercanía del veinte de noviembre) ni de tocar la Carta Magna en los otros asuntos realmente relevantes: el papel del Senado, la igualdad de la mujer a la hora de ser declarada heredera del trono, la ley de partidos, etc. etc…


Yo así no entiendo nada. Nos han cambiado las reglas del juego: el mes de agosto es para leer novelas de Agatha Chistie (ya sea en papel o en un lector electrónico) tumbado en la playa o en la piscina, o en el porche de la casa en el pueblo, para comprar el periódico y dejarse llevar por los cuentos que se les pide a los escritores que se imaginen para poder llenar páginas faltas de noticias y de asuntos de interés, para disfrutar con las campañas de verano de los principales equipos de fútbol que calientan su capacidad de hacer dinero por tierras asiáticas o americanas, para sufrir con las penurias de la Vuelta a España y el calor que tienen que soportar los pobres ciclistas, y para esas conversaciones banales de política, en que las visitas del presidente al Rey en Mallorca se convierten en citas ineludibles por no haber otras de mayor interés… y las calles de nuestras ciudades casi desiertas, con el gusto de poder circular casi sin coches, casi sin gente… como única forma de convencernos de que es mucho mejor coger las vacaciones en julio o en septiembre, huyendo de las masas y de la gente (triste excusa que nos convertía en personajes extraños frente al resto de nuestros familiares y conocidos).


Pero este año nos han cambiado agosto y nada, absolutamente, nada le diferencia de los meses que han pasado… y me temo que tampoco le diferenciará de los que nos quedan antes de llegar al 31 de diciembre. ¡Qué pereza! ¿Acaso sería posible darle la vuelta al calendario? Quizás si los dos grandes partidos nacionales se lo piensan… o si Ángela Merkel se lo insinúa… todo es cuestión de plantearlo… ¿Se nota que, como muchos, me da mucha pereza comenzar septiembre de la misma manera que terminamos julio?

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