domingo, 4 de septiembre de 2011

Veinte horas

Había comenzado a comer cuando encendió la televisión para escuchar las noticias. La ensalada y la piña sobre de la mesa recordaban los excesos del verano y las ganas de perder esos kilos que salían a relucir en la báscula por la mañana y en las conversaciones a lo largo de todo el día. Un día más. Con sus rutinas, con sus encuentros y con los compromisos que se van dejando para mañana, para un rato después. Encendió la televisión sin ganas, sabiendo casi de memoria las noticias que le iba a devolver el telediario, daba lo mismo la cadena en que lo viera; noticias de agencia, noticias de las últimas ofensivas contra Gadafi, de los sustos de las bolsas que han vivido un verano de montaña rusa debido a los especuladores –dueños del momento y de la economía mundial-, de los intentos del PSOE y del PP de conseguir apoyos a su reforma constitucional, del cada vez más amplio debate y oposición al mismo en la calle, con el 15-M como protagonista… sin olvidar las catástrofes en Estados Unidos, en Japón, en China, y los últimos fichajes de fútbol o los triunfos de nuestros tenistas en su recorrido anual de torneos. Veía las imágenes, escuchaba las noticias repetidas en las cadenas con la misma desidia con que se llevaba la ensalada a la boca, con que masticaba la lechuga, el tomate y el pepino. Pero de pronto dejó de hacer zapping porque una frase, casi escuchada al vuelo, le llamó la atención: "Sabemos que les estamos pidiendo un esfuerzo especial, pero veinte horas son en general menos que los que trabajan el resto de los madrileños”… aquellas palabras, casi como una confesión, las pronunciaba Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, y lo hacía poniendo cara de pena, como si el anuncio de posibles huelgas por parte de los profesores de Insituto anunciadas para dentro de una semana fuera algo incomprensible para ella, como si las medidas adoptadas por su gobierno para ahorrar gastos en educación no fueran de lo más razonables, que incluso deberían ser aprobadas por profesores, padres y alumnos con aplausos… No pudo seguir comiendo. La ensalada se convirtió en una bola de indignación y de rabia. Nada podía hacer para contrarrestar esta idea, esta bomba demagógica que la presidenta había dejado caer como un medio más de su estrategia de no enfrentar ni solucionar los problemas sino de complicarlos y radicalizarlos. Dejó la ensalada a un lado de la mesa, se tomó un yogur y puso la cafetera en el fuego. Necesitaba datos. Necesitaba intentar comprender lo que estaba pasando.


Los datos son los siguientes: los profesores de Instituto por ley tienen una horquilla de horas de clasejavascript:void(0) que va de 17 a 21 horas semanales. Desde hace ya varios años, el número de horas lectivas se ha establecido en 18, que se completan con guardias, tutorías, labores administrativas, sesiones de evaluación, reuniones pedagógicas, claustros… hasta las 37’5 horas reales de trabajo semanal que debe cumplir todo profesor, como la gran mayoría de los madrileños. ¿Acaso alguien en su sano juicio piensa que el locutor que está dando las noticias solo trabaja el tiempo que dura la emisión de un telediario? ¿O que un político –si se puede considerar el suyo un trabajo- solo está trabajando cuando está en su despacho?
Si el gobierno de la Comunidad de Madrid, dentro de las medidas de ahorro al que tiene que someterse (después de los despilfarros contables de los últimos años, como le sucede a tantas adminsitraciones de nuestro aparato político basado en el clientelismo y no en la eficacia), ha decidido aumentar las horas lectivas de 18 a 20, ¿dónde está el ahorro? Lo que no dice la frase es lo que realmene se pretende hacer. Se les está pidiendo un “esfuerzo especial” a los cerca de 3000 interinos que se quedarán en la calle, a 3000 jóvenes que no tienen todavía plaza fija, pero que han pasado por una oposición y que están aportando sus conocimientos y entusiasmo a la espera de nuevas plazas que permitan seguir participando de la educación pública; a estos 3000 jóvenes que han visto cómo este año se han reducido drásticamente las plazas en las oposiciones (primero aplazadas y luego convocadas demasiado tarde), y muchos de ellos han tenido que optar a oposiciones en Castilla-La Mancha, Castilla-León o en Andalucía; se le pide un “esfuerzo especial” a muchos profesores que, en quince días, se encuentran que, para completar esas “simples” dos horas lectivas más, tienen que asumir asignaturas y materias de las que no son competentes ni están preparados; se le pide un “esfuerzo especial” al propio sistema educativo madrileño que debe dejar a un lado elementos esenciales de nivelación y de mejora de la calidad docente como son las tutorías y las clases de apoyo; se le pide un “esfuerzo especial” a los padres para que sigan callados ante la degradación progresiva de una educación pública, en que la calidad se está supeditando a la cantidad.
Decir que apoyar la educación y al profesorado es sufragar campañas millonarias para dar a conocer la “Ley de Autoridad del Profesor” o la educación bilingüe es volver, una vez más, a mentir a una opinión pública que recibe estos mensajes anestesiada por tantos años de silencio y de manipulación. ¿Hasta qué punto un responsable político puede mentir públicamente, desde la tribuna de su cargo, amparada en todos los símbolos de su poder (rueda de prensa, banderas, televisiones a su servicio…), y no tiene que rendir cuentas de sus decisiones, de sus palabras? Decir que un profesor trabaja tan solo veinte horas y que estas son menos de las horas que trabaja cualquier madrileño es una forma de crear confusión, de poner a la opinión pública en contra de uno de los baluartes de cualquier sociedad: la educación y las personas que dedican su tiempo y conocimiento a hacerla posible. ¿Para qué gastarse millones de euros en una campaña publicitaria para que los niños y los padres respeten la figura del profesor cuando declaraciones como las de la Presidenta los presenta como unos desalmados parásitos que no quieren perder ninguno de sus privilegios?
Sin duda, son necesarios los ajustes económicos en la Comunidad de Madrid. A mí, a bote pronto, se me ocurre que dado la falta de compromiso que Esperanza Aguirre tiene con la educación y el empleo en Madrid, ¿por qué no suprime el cargo de consejera de Educación y Empleo? Por los resultados que tiene, me temo que ni llega las veinte horas de estancia en el despacho a la semana. Y sueldo a sueldo inútil, quizás se llegue a los recortes económicos necesarios sin tener que tocar ni la educación ni la sanidad.

Publicado en el Diario de Alcalá, 8 de septiembre de 2011

2 comentarios:

Fin MacBiblos dijo...

Con dos c..., José Manuel. Propongo una moción a todos los claustros de la Comunidad de Madrid: "Declarar persona non grata por los miembros es te Claustro a la Excma. Sra. D.ª Esperanza Aguirre" y luego mandárselo. Calificar a alguien como «persona non grata» no tiene consecuencias jurídicas, y puesto que una Administración Pública puede hacerlo y un claustro lo es, solo significa que la «persona non grata» no resulta del agrado de los miembros del órgano que optaron por tal distinción.

María Antonia Gómez Sánchez dijo...

Me encanta. Hacía tiempo que no leía una crítica tan coherente. Me temo que a los profesores españoles nos sobra ilusión y ganas de trabajar, pues tenemos clarísimo que en la sociedad del conocimiento la educación es el bien más preciado. La joya de la corona. En el caso de los profesores madrileños, además estoy segura de que no sólo tienen ilusión sino que les sobra "esperanza".

Un afectuoso abrazo, José Manuel.

María Antonia Gómez Sánchez. Profesora
perteneciente al Cuerpo de Enseñanza Secundaria de la Comunidad Autónoma de Murcia.