lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Para qué sirven los políticos?

Hace unos años en el programa del “Club de la Comedia”, Verónica Forqué hablaba de los peluqueros como una de esas profesiones en que nada es como uno lo había planeado. Ella hacía la siguiente comparación: imagínense que paran un taxi, se montan dentro y le dicen al taxista: “Al Paseo de la Estación”. Y el taxista, con una amplia sonrisa y una voz muy amable, se vuelve y nos dice: “No, yo creo que mejor le voy a llevar al Paseo del Val”. Y Verónica Forqué decía: Pues esto es lo que nos pasa en la peluquería: uno entra con la intención de recortarse las puntas y sale con la cabeza casi rapada. Cosas del destino y cosas de la mente.


Esta semana, mientras seguía las manifestaciones de profesores por media España, he recordado las palabras de Verónica Forqué, estas risas enlatadas en la memoria para convertirse en una imagen del presente. Y sin quererlo, me ha venido a la cabeza una pregunta que me lleva taladrando unos días y que no consigo quitármela de la cabeza: ¿Para qué sirven los políticos?

La pregunta parece mal intencionada, pero es todo lo contrario. Ante el bochornoso espectáculo de algunos políticos en esta última semana me he tenido que parar un momento y aclararme algunos puntos esenciales, básicos. En mi idea de la política, de esta “res publica” que, con mil cambios y tipos, conforma nuestra cultura occidental, el político es una persona que dedica sus esfuerzos, su tiempo y sus conocimientos y habilidades (cuando las tienen, como sucede en todas las profesiones) para gestionar los servicios públicos (a fin de cuentas sus sueldos proceden de las arcas públicas) y solucionar los problemas que surgan, que pueden ser muchos.

Los modos de gestionar la “cosa pública”, las prioridades que se le concede a unos temas o a otros, el modo de enfocar un determinado problema hace que existan diferentes tendencias políticas que, en el caso de la gran mayoría de los países europeos, ha de gestionarse a partir de unas organizaciones sin ánimo de lucro que son los partidos.

Las elecciones suponen el momento en que los ciudadanos (que debemos ser gobernados) eligen a sus representantes para que elijan a las personas que deben gobernarnos, ya sea en las corporaciones municipales o en los parlamentos autonómicos o nacionales. Una confianza, un voto que se basa en un programa, en unas ideas, en unos modelos (o personas) en que confiamos para mejorar nuestras condiciones de vida. Ya sé que no siempre es así, ya sé que mi planteamiento se mueve en la esfera perfecta de las ideas, pero no ensuciemos todavía con la realidad lo que es el tapiz básico de nuestras convivencia democrática.

Durante la semana pasada, como les decía, han sido varios los comentarios y opiniones de políticos contra las protestas de los profesores ante lo que consideran un deterioro de sus condiciones de trabajo y de la calidad de la enseñanza pública (derecho democrático el de la huelga y el de las manifestaciones del que han hecho uso) que me han hecho preguntarme: ¿Para qué sirven los políticos?

Lo mismo me sucedió hace unos meses cuando la Concejala de Medio Ambiente de Madrid, Ana Botella (que entró en la carrera político de la mano de su esposo, por entonces Presidente del Gobierno), en una tertulia en una cadena de televisión de cuyo nombre no quiero acordarme indicó que eso del Medio Ambiente era un lujo que un ayuntamiento no podía permitirse en época de crisis (sin hablar de sus opiniones contra el cambio climático…). ¿Para qué pagar con nuestros impuestos el sueldo –que no creo que sea el mínimo interprofesional- a una política cuando no está capacitada ni tiene intención de realizar el trabajo que le han asignado, seguramente por cuotas de poder interna dentro de su partido e intereses que nada tienen que ver con la capacidad ni con la valía personal?

Si los ciudadanos expresan su descontento por unas determinadas medidas, cuando este descontento afecta a toda una colectividad (como así el caso del profesorado) y se están defendiendo valores tan esenciales en nuestra sociedad como el respeto y la calidad de la enseñanza, el político tiene la obligación, al menos, de escuchar y de reflexionar. ¿Para qué sirve el político si en vez de escuchar, si en  vez de dialogar y buscar los puntos de encuentro se dedica a crispar el ambiente con mensajes escandalosos y con medidas que atentan contra el principio básico de nuestro ordenamiento jurídico? ¿Acaso pagamos a nuestros políticos para que se pidan dimisiones y luego compartir canapés en los actos oficiales con sonrisas y guantes blancos? ¿Acaso les pagamos con nuestros impuestos para que digan ante los medios de comunicación lo primero que se les ocurre, sin importarles mentir de manera descarada como le ha sucedido a la presidenta de la Comunidad de Madrid que, para desmentir aquello de que la enseñanza  no debía ser gratuita, dijo que estaba pensando en los “másteres universitarios”, que, como pueden imaginar, no hay ninguno que sea gratuito? ¿Para qué sirve una consejera de Educación de una Comunidad autónoma que no es capaz de construir puentes de comunicación con aquellos a los que tiene que solucionar sus problemas, aquellos que justifican su sueldo, su razón de ser? ¿Con quién debe hablar y dialogar una Consejera de Educación mejor que con los profesores?

Como digo: las perspectivas pueden ser muchas y bien diversas a la hora de plantear soluciones, pero lo que un político (aquel que cobra de nuestros impuestos) no puede permitirse el lujo de quedarse sordo, ajeno a la sociedad a la que debe gobernar? No pedimos que nuestros políticos sean superhombres (no al menos, yo), pero sí que estén abiertos a buscar soluciones. En caso contrario, ¿para qué sirven los políticos?

La crisis económica y financiera de los últimos años (la más grandes vivida por el sistema capitalista porque no se basa en problemas de materias primas sino en su propia esencia y naturaleza) ha puesto de manifiesto la grave crisis política en que vivimos: la crisis de haber multiplicado puestos políticos tan solo para alimentar a los monstruos insaciables de los partidos. Lo que necesitamos son menos políticos y más gestores que dejen trabajar a los técnicos en los diferentes departamentos, concejalías, consejerías y ministerios a los que se les asigna. En los próximos años, alguien tendrá que contestar a la pregunta que se nos hace continuamente desde Europa: ¿Hace falta tantos políticos en España, tantas administraciones que se superponen unas sobre otras sin llegar a solucionar los problemas de los ciudadanos, que a un tiempo vivimos en un ayuntamiento, una comunidad y en un país?

Pero, también hemos de comenzar a hacernos otra pregunta: ¿cómo conseguir que los políticos, aquellos que son necesarios para gestionar la “res publica”, sean elegidos entre los mejores y no en las camarillas, enredos y grupos de presión de los propios partidos políticos que los proponen? Somos muchos, y cada vez más, los ciudadanos que queremos seguir votando, elegiendo a nuestros representantes para que nos representen y solucionen, en la medida de las posibilidades de todos, nuestros problemas. Pero lo queremos hacer con listas abiertas, en que podamos elegir a aquellos que consideramos mejor formados.

Todos los sistemas de elección tienen sus espacios oscuros… pero nunca igual a los agujeros negros de los partidos políticos tal y como los conocemos. Y dentro de unas semanas podremos comprobarlo cuando comiencen a circular las primeras listas electorales para el 20N. Muchos están ya afilando sus cuchillos. ¿Para qué sirven los políticos? Nos seguiremos preguntando muchos mientras que no se lo podamos preguntar directamente a los representantes que elijamos con listas abiertas, con una mayor libertad de la que ahora nos ofrece nuestra democracia cautiva.

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