martes, 30 de agosto de 2011

¿Será Camps ministro?

Las fechas de verano no son propicias para las noticias, para llenar las páginas de los periódicos que, desde el siglo XIX, necesitan mantener una normalidad cuando el tiempo parece empeñarse en perderla, en hacer de la rutina y de las vacaciones una forma de vida. Un paréntesis en medio de la nada, de esa nada a la que llamamos trabajo, esfuerzo, cotidianidad. Las “serpientes de verano”, con el monstruo del lago Ness a la cabeza, llenan de noticias increíbles o sorprendentes el vacío periodístico.

Pero todo parece estar cambiando en este mundo digital en que nos hemos instalado con una comodidad pasmosa: ya ni los veranos eran lo que hace unos años ni las serpientes esperan a agosto para hacer su entrada triunfal por los periódicos, ni los propios periodistas tienen que devanarse los sesos en busca de historias sorprendentes para poder hacer sus crónicas… ¡para eso tenemos a nuestros políticos, que se empeñan en protagonizar noticias incluso en el momento en que todos descansamos cuando ellos parten a sus vacaciones!


No estamos en agosto. No han comenzado las vacaciones (que, como decía ya no son esas vacaciones de todo cerrado y de ciudades fantasmas), pero lo vivido la semana pasada alrededor de la dimisión del honorable presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, merece una parada en el camino y una marcha atrás, una reflexión algo veraniega. Los detalles de la dimisión los conoceremos dentro de unos años, pero lo que ha trascendido, lo que pudimos vivir a lo largo del pasado 21 de julio no deja de ser el guión de un vodevil de aquellos que recuerdan la pandereta y las chapuzas de los que (algunos) creíamos que nos habíamos alejado… ahí están los datos: desde que, a partir del caso Gürtel, que sigue su lento paso por los tribunales madrileños y valencianos en espera de aires políticos más favorables, se destapara el escándalo de los trajes que el presidente de una comunidad autónoma presuntamente recibía de una trama corrupta que conseguía contratos millonarios de esta misma comunidad (así como de otras), las intervenciones de Francisco Camps (el político más italiano –y no solo por los trajes-, de España, el más sibilino) han sido una joya que deberían ser estudiadas (si no lo son ya) en las facultades de Ciencias Políticas: y así en estos dos largos (y bochornosos) años, hemos pasado de la negación más rotunda a estar a unos minutos de ir a los juzgados a declararse culpable y pagar una millonaria multa a cambio de no tener que sentarse en el banquillo de los acusados, sin olvidar algunas de las perlas que ha dejado sembradas en el camino: que a él solo le juzgan las urnas (y su revalidación de la mayoría absoluta tendría que hacernos pensar en los límites de la democracia), o que él solo recibió trajes y otros regalos como presidente del Partido Popular en Valencia y nunca como Presidente de la Comunidad Valenciana… pero esta es historia que todos conocemos y que a muchos nos sorprende, irrita e indigna ha puesto de manifiesto una de las grandes carencias de la democracia española: la imposibilidad (política, ética, social, judicial…) de expulsar como representantes del pueblo a quienes están imputados en delitos que atentan contra su propia representatividad.

El honor y la honradez no se ganan con mayorías absolutas ni se mantienen con mordazas a la prensa y a la televisión pública, sino con actos y con respuestas. Historia conocida y bochornosa la de estos últimos años… pero historia que no podía acabar de otra manera que el vodevil de la semana pasada, plagada de una ristra de declaraciones que harían reír si no fueran tan vergonzosas, tan indignantes.



El pasado 21 de julio saltaron todas las alarmas de los periódicos, de las agencias de prensa, de los medios de comunicación: se daba por seguro que en unos minutos, Federico Trillo, enviado por la cúpula dirigente del PP desde la madrileña calle Génova, había conseguido su propósito, lo que tanto le había costado y por lo que tanto se había luchado en los últimos días, desde que se hiciera público que Camps estaba acusado formalmente de un delito de cohecho y que, por el mes de octubre, debería sentarse en el banquillo de los acusados: esa misma tarde iría al juzgado (al que se le pidió que ampliara su horario para tal fin) a declararse culpable de lo que llevaba años negando (incluso en el parlamento autonómico en más de una ocasión y con una chulería y una sonrisa típica de un bar de carretera que de un lugar representativo del poder legislativo) y pagar la multa que le había impuesto el juez.

La imagen de Camps, gran valedor de Rajoy, entre los acusados justo en el momento de una campaña electoral de unas elecciones generales anticipadas (espacio político en que se mueven todos los partidos en la actualidad) le quitaba el sueño a un Rajoy que está ya soñando con pasar cuatro años de vacaciones en la Moncloa. Y el guión se escribió con Trillo, con Camps y con el resto de los dirigente del PP valenciano… por la mañana, Víctor Campos, ex Vicepresidente del Consell, y Rafael Betoret, ex jefe de gabinete de la Conselleria de Turismo y actual Jefe de Protocolo de la Diputación de Valencia, también imputados en el “caso de los trajes”, habían ido a pagar su multa y firmar su culpabilidad. Tan solo Ricardo Costa, ex secretario general del PP valenciano y, sin duda, el más listo de todos, había afirmado que firmaría cuando Camps lo hubiera hecho… y nada de eso sucedió.

A las tres de la tarde, Camps se sacó de la chistera un nuevo guión, mucho más acorde con su perfil político de opereta, y convocó a los medios de comunicación para anunciar su dimisión… ¡para así poder tener más libertad para defender su inocencia!

Si su mensaje de dimisión, ante los medios de comunicación allí presentes, algunos de ellos censurados cuando quisieron difundir en directo lo que estaba sucediendo, está lleno de mensajes cifrados, de amenazas más o menos veladas, me quedo con la frase antológica, que marcó parte de su intervención, aquella que presentaba su dimisión como "sacrificio personal para que Mariano Rajoy sea el próximo presidente del Gobierno y el PP gobierne España"… Se puede decir más alto, pero creo que no más claro.

Y las reacciones y las frases de los siguientes días, presentando a Camps como un ejemplo a seguir en política deberían hacer reflexionar a más de uno… ¿este es el modelo de político que queremos para la España del siglo XXI, la España que debe afrontar los retos de haber salido de la burbuja inmobiliaria y de ese cuento de hadas económico que nos vendió Aznar y sus asesores queriendo formar parte de los países más ricos del mundo? ¿Cuál es el modelo que ha dado Camps a los jóvenes, a la ciudadanía con su comportamiento de estos dos últimos años, de las horas previas antes de su dimisión? ¿Cuál es el ejemplo de un político que es capaz de mentir ante su propio parlamento sobre su comportamiento? Y si no lo hizo, si en realidad es inocente, como luego se ha dicho urbe et orbi, ¿qué ejemplo ha dado aceptando declararse culpable de cohecho y pagar una multa para que así no perjudicara a Rajoy en la próxima campaña electoral? Y si tenía dudas de su decisión, si no tenía claro cómo actuar, ¿cómo dejó que dos de sus colaboradores más directos fueran al juzgado a declararse culpables de un delito del que Camps es el máximo beneficiario?


Con los años sabremos los detalles y podremos poner algo de luz a tanta oscuridad política, a una forma de entender la política que, lamentablemente, se está extendiendo como el aceite en nuestra vida pública… ¿y lo peor? Es que no creo que sea una serpiente de verano el afirmar que Camps será ministro en el próximo gobierno de Rajoy… Tiempo al tiempo…


¡Y felices vacaciones, que nosotros sí que mantenemos las costumbres de gente de orden y cerramos en agosto para recuperar fuerzas y seguir llenando páginas en el cuaderno rojo!

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