miércoles, 28 de octubre de 2009

Expectativas

No hay peor estrategia que la de ponerse a leer un libro con ciertas expectativas. Con todas las expectativas. Como muy bien indica el Diccionario de la Real Academia Española, el más normativo de los normativos, cuando hacemos algo con expectativas lo hacemos con la esperanza de que existe una posibilidad razonable de que algo suceda. “Posibilidad razonable”, no lo olvidemos. Con el tiempo uno aprende a ir dejando en un segundo plano las expectativas; a no soñar con lo que puede suceder como con contentarse con lo que realmente ha sucedido. A los veinte años creemos que podemos comernos el mundo, que es otra manera de decir que nos sentimos capaces de transformarlo a nuestra imagen y semejanza; a los treinta, ya nos contentamos con hacer nuestro entorno más cercano tal y como quisiéramos que fuera, y a partir de los cuarenta, la lucha es conseguir que ni el mundo ni nuestro entorno nos cambie a nosotros, mantener intactas parcelas de independencia, de valores y de ideas. A medida que pasa el tiempo, a medida que nos vamos llenando de experiencias, de que vamos viviendo y no tanto soñando con vivir, nos hacemos más comprensibles y más sabios. Y así debería ser de manera natural, así es propio de los hombres. No hemos de olvidar que en las por nosotros consideradas culturas primitivas, el jefe no es el más fuerte, el más ambicioso, el más manipulador, el más político o religioso; el jefe es el más sabio, es decir, el más anciano, el que ha conseguido atesorar más experiencias, más vida y, por tanto, está más capacitado para juzgar la vida de los otros, esos que no hemos llegado a su grado de vejez, de sabiduría. Pero bueno, a nosotros nos ha tocado vivir en una “sociedad moderna”, una sociedad en que el más “listo”, que no el más sabio, es el que sigue triunfando, el que sigue creyendo que sus expectativas de vida pueden convertirse en el modelo que los demás tenemos que seguir. Y si no, que se lo digan a tantos “listos” como ahora vemos aflorar en política popular.


Pero también es malo vivir sin expectativas, sin esas posibilidades razonables que se nos ponen delante y que, en ocasiones, se llenan de cantos de sirena. ¿Por qué leer una determinada novela? Una posibilidad razonable es que hayamos leído y disfrutado la anterior novela de ese mismo autor, con lo que tenemos la expectativa que esta nueva entrega no nos defraudará. Hay autores geniales que han ido construyendo una obra sólida a partir de textos a cada cual más genial. Otros en cambio, no son capaces de aguantar el tipo, y siguen ofreciendo obras que están muy por debajo de la calidad y la expectativas de sus primeros textos. En el primer grupo podríamos incluir a grandes novelistas como Gabriel García Márquez (y claro, juego sobre seguro), o Mario Vargas Llosa o, más recientemente, mi admirado Philippe Claudel; o a poetas como José Manuel Caballero Bonald. En el bando contrario, he de situar con todo el dolor de mi corazón a Eduardo Mendoza, con su nueva novela fallida, y, sin tanto dolor, a Juan Manuel de Prada, que sigue viviendo del éxito de sus primeros y sorprendentes “coños”. Pero lo peor no es que nos vamos llenando de tiempo de expectativas personales. ¿Quién no tiene un amigo al que siempre queremos ver, con quien siempre lo pasamos bien y cuyas cenas y comidas cubren siempre las expectativas que habíamos puesta en ellas? ¿Quién no está esperando cada año a su director favorito para que le regale una nueva obra que le sorprenda, que le entretenga, que le enseñe y le haga disfrutar? Así pasaba hasta hace bien poco con Woody Allen, y así parece que seguirá sucediendo con sus próximas películas; y así esperábamos que siguiera pasando con Alejandro Amenábar, que ha puesto en marcha el proyecto cinematográfico más caro de toda Europa. Y con estas expectativas –su obra anterior, realmente genial, su capacidad de liderazgo, el presupuesto con que ha contado…- uno esperaría algo más de “Agora”. Reconozco que la película cumple su misión, y que sus más de dos horas entretiene y enseña a un tiempo; una enseñanza que no debemos olvidar en momentos como los actuales cuando miramos al integrismo islámico como si nada tuvieran que ver con nosotros... y somos unos, siempre los mismos, siempre con los mismos miedos, las mismas miserias. Y la matemática y filósofa Hipatia brilla con luz propia… hasta que le llega el final, como a la biblioteca, como a la ciencia, como a todo lo que se había avanzando en aquel tiempo, un tiempo poblado también de hombres sabios, aunque no compartieran nuestras ideas, las creencias de los cristianos que de sometidos y perseguidos, se convirtieron en una plaga religiosa, cruel y ansiosa de poder, como muy bien sabe retratar la película. Una película digna, agradable… pero ¿es esta la expectativa que esperaríamos de un director genial como Amenábar? Conocí “Tesis” gracias al Cineclub Nebrija. Vi la película una noche en el Teatro Salón Cervantes. Y lo pasé mal. Sentí miedo, un miedo que se me quedó instalado en los huesos mientras por la calle Santiago me dirigía a mi casa. Y recuerdo la película y estas sensaciones porque ya forman parte de mi vida. Creo que cuando pasen los años ni me acordaré donde vi “Ágora”. Quizás el problema sea mío, por ir a verla con expectativas al ser la película más cara de nuestro cine. Pero así son las expectativas, un pozo sin fondo. Por poner un último ejemplo: comencé este texto para hablar de mi decepción al leer la novela de Andrés Neuman, “El viajero del siglo”, publicitada por todos los medios como uno de los mejores textos de los últimos años. Pero ya no tengo ni tiempo ni ganas de hablar de ella. Sólo les puedo decir una cosa: si aún no la han leído, no le dediquen ni un segundo de su vida. ¡Hay tantos textos que aún nos están esperando en los márgenes de cualquier perspectiva y que merecen nuestro tiempo y esfuerzo!


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