lunes, 7 de septiembre de 2009

El Extremeño en la Calle Coruña

El Extremeño en la Calle Coruña

Malos tiempos para los emprendedores. Malos tiempos para comenzar nuevos proyectos. No está el horizonte para muchos proyectos, con la que está cayendo. La crisis sigue ahí, agazapada bajo la amenaza de los despidos y la necesidad de reconvertir una economía que ha vivido demasiado tiempos de espaldas de la realidad: al principio con la economía sumergida (que permite sobrevivir aún hoy a muchos hogares) y después a la economía del pelotazo y del ladrillo, que sigue dando sus últimos coletazos, tanto en economía como en política. A fin de cuentas, los escándalos de Marbella de algunos años y el del velódromo Palma Arena de Palma de Mallorca de este verano tienen en esta confluencia peligrosa entre política y economía su razón de ser. Malos tiempos en que algunos políticos consideran que a río revuelto buenas serán las ganancias electorales, políticos que en vez de ofrecer apoyos y esperanzas, soluciones y propuestas, se dedican a intoxicar y a difundir mentiras. Así están las cosas y así seguirán estando en los próximos meses. Nos quieren instalar en la dinámica del miedo y muchos parecen sentirse cómodos en el inmovilismo. En noviembre llegarán los datos de los beneficios de los bancos, de las entidades a las que hemos tenido que ayudar para no hacer quebrar toda la economía… y entonces nos sorprenderemos con que sólo habrán ganado cientos de millones de euros. ¡Pobres! Y tantas familias haciendo carambolas para poder llegar a fin de mes. Y allí saldrán ellos, los banqueros con sus trajes hechos a medida (si no son regalados por alguna mano generosa y altruista) y con cara de pocos amigos repartirán dividendos entre sus accionistas, miserias que se cuantifican en miles y miles de euros. ¡Pobres! Y así seguimos. Esperando ver en los grandes indicadores de la economía algún dato para poder lanzar campanas al vuelo (el gobierno) o para devolverles al dibujo de un infierno sin salida (la oposición). Y frente a los grandes datos, nos quedamos con los minúsculos de todos los días, esos que nos hablan de despidos, de problemas laborales, de una patronal que aprovecha el momento para sacar sus dientes más conservadores y maléficos, considerando que cuanto menos cobren los trabajadores, mayores serán sus rendimientos. Y así, las familias, las de aquellos que no tienen posibilidad por ningún lado de recibir trajes, relojes de oro y demás prebendas de las que seguiremos oyendo hablar en los próximos meses, ven cómo su dinero cada vez le llega menos para afrontar el final de mes. Y esos pobres banqueros que sólo ganarán este año un 18%, frente a las cifras astronómicas que consiguieron en los mejores años de la economía del ladrillo y del despilfarro.
Por eso, la noticia de un joven que emprende un nuevo negocio, que se arriesga en estos momentos en abrir la puerta a un incierto futuro no deja de ser una rayo de esperanza entre tantas palabras inútiles y tantos enfrentamientos con victoria pírrica, como nos tienen acostumbrados los periódicos, televisiones y radio. Hace tiempo que el periodismo dejó de ser un cuarto poder, para convertirse en la cuarta pata del poder establecido, que, rascando, rascando, es sólo el de la economía. Y esta historia nueva que nace, que ahora comienza la conozco bien porque me afecta muy directamente. Un hermano mío ha decidido, aprovechando el dinero del paro y las escasas oportunidades que se ofrece ahora en el mercado laboral, afrontar el propio reto de abrir su propio negocio. Una tienda de frutos secos en la calle Coruña. El Extremeño. Es cierto que no lo hace desde la aventura y la soledad. Todo lo contrario. Lo hace apoyado por la experiencia y el buen hacer de nuestro padre, Casto, que mantiene tienda abierta en Caballería Española desde hace muchos años junto a mi hermana Margui. Un negocio familiar que se remonta a 1966 cuando mi padre vino a Madrid desde Extremadura en busca de su propio futuro. Malos tiempos también aquellos. Malos tiempos de inmigración y emigración de los que ahora parece que muchos reniegan y no quieren acordarse. Aquellos momentos de inicio sí que fueron duros. Y duros también serán los primeros tiempos de la tienda “El Extremeño” en la calle Coruña que ha abierto mi hermano Juan Pedro, aunque cuente con el apoyo y la experiencia (y las patatas fritas) de la tienda de Caballería Española. Son malos tiempos para cualquier iniciativa empresarial, pero el ejemplo de mi hermano a mí me llena de esperanza y vuelvo a las páginas de economía y a los grandes titulares políticos o los incomprensibles números de la economía y los veo con otros ojos. Perdóneme que les haya contado esta historia personal. Pero me siento muy orgulloso de mi padre, de mis hermanos, que día a día, frente a los problemas, en vez de lamentarse, han preferido coger por los cuernos el toro de la economía y hacer, delante de todos nuestros miedos, una magnífica verónica. ¡Olé!

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