lunes, 24 de agosto de 2009

Almagro

Hace calor. Como todos los años. Como es de esperar en estas fechas en que se empeñan en romper las temperaturas. Siempre ha sido así. Y así esperemos que siga siendo. Hace calor. Un calor que sólo en la sombra, en los soportales, o los patios manchegos parece que da una tregua. Y es que nos hemos acostumbrado demasiado pronto al aire acondicionado y nos lamentamos de los rigores del clima, sin acordarnos que no hace mucho el calor era el mismo y más caseros los remedios para mitigarlo: el abanico, ese reorganizar el día para huir de los momentos más calurosos, esas casas de muros interminables, y los patios, los maravillosos patios, con su parra, con sus flores, con el agua corriendo. A la tarde, un manguerazo y el suelo expulsaba los últimos calores del día para ser el espacio propicio para recibir la noche. Y así sucede en Almagro. En Castilla.
Da comienzo el Festival de teatro clásico en Almagro, un festival que, año a año, va sumando excelencia al público, al éxito de una propuesta que le ha concedido una doble vida a esta ciudad manchega, que se llena durante todo el verano. Está hermosa la plaza de Almagro, que no por conocida deja de sorprender. El verde de sus ventanales, renovado cada año, el blanco de sus paredes, hacen de esta ciudad un pequeño escenario donde todo es posible. Y es que en Almagro uno tiene la sensación de que el teatro se respira antes que verse. Da lo mismo la obra que vaya a disfrutarse sea un estreno (cada vez, menos, dadas las dificultades económicas) o se haya representado ya en otros escenarios, en otras ciudades. En Almagro siempre uno tiene la sensación de que es la primera vez, la única que se va a representar. Un momento mágico. La obra no comienza cuando desde los altavoces se anuncia la necesidad de apagar los teléfonos móviles y la prohibición de grabar alguna imagen, sino cuando uno baja del coche, cuando lo deja a las afueras de la ciudad y se adentra por sus calles. Son ya cuatro años los que el rito se repite, gracias a la generosidad de una amiga que tiene casa en Moral de Calatrava. Un grupo de amigos nos reunimos allí el viernes, disfrutamos de su patio manchego, de ese que es capaz de rescatar sombras en la tarde calurosa de julio, y de allí, después de las cervezas, el queso y las conversaciones, nos dirigimos en comitiva a Almagro. Muchas veces sabemos poco de la obra que vamos a ver, aunque este año hemos conseguido entradas para el Corral, para ver el “Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo”, la versión que la compañía Micomicón ha montado sobre el texto de Lope de Vega, estrenada hace unas semanas en Alcalá de Henares. Pero no importa la obra: el teatro clásico es la excusa para el encuentro, para la diversión, para mantener el rito de los últimos tiempos. Y el Corral se abre y se llena de vida, como todos los años, por estas fechas. El bullicio de sus orígenes se ha cambiado por el respeto casi religioso del presente. Casi nos da vergüenza aplaudir, aunque todos tenemos las manos calientes y propicias para el reconocimiento. Y ha sido todo un acierto, ya que las sillas del Corral no da para mucho más que la hora y media escasa que dura la función.
“El arte nuevo de hacer comedias en este tiempo” es uno de esos textos que marcan un hito en nuestra literatura, en la forma de entender la literatura, el teatro en este caso. Pero un hito cultural antes que literario. Pasar los versos de Lope a las tablas era un reto. Uno de esos retos que todo dramaturgo, toda compañía debe aceptar con entusiasmo y con respeto. Y lo cierto es que la compañía Micomicón lo ha conseguido con todo éxito. Los versos de Lope, que se mantienen en su integridad, se van llenando de glosas dramáticas que lo explican, que lo hacen visibles. Y eso que esa pequeña historia del teatro en que Lope quiere insertarse del inicio parece echar atrás al más avezado lector, al más curioso espectador… pero el texto de Lope de llena de cuerpo en las voces y los gestos de los seis actores que le dan vida en el espectáculo. Lástima que se haya preferido por apoyarse en muchos casos en la música y la voz (no son dos de las facultades más sobresalientes de los actores) y no en pequeños fragmentos dramáticos, en que la obra adquiere todo su esplendor, como el delirante de los sordos… Noche de teatro en Almagro, dentro y fuera del Corral de Comedias. Y que siga siendo por muchos años. Como el calor de julio en el corazón de La Mancha.

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