lunes, 24 de agosto de 2009

Un hombre sencillo

La pasada semana se estrenó en Madrid la última obra de teatro de Javier García-Mauriño. Director de cortos (alguno de ellos galardonado en el Festival de Alcalá de Henares), guionista de algunas películas (El elegido, 1985; Siete mil días juntos, 1995; Tercera vida, 2000 o Energía positiva, 2007), fue galardonado con el prestigioso premio teatral Lope de Vega en 1994 con la obra Picospardo’s. La última obra de Javier García-Mauriño lleva por título “Un hombre sencillo”, un monólogo interpretado por Rafael Calvo en el madrileño y alternativo Teatro de la Sombra. No sé si Javier es un hombre sencillo (no le conozco lo suficiente como para atreverme con este adjetivo), pero sí que puedo decir que es un “hombre tranquilo”, una de esas personas que sabe rodearse de un halo de tranquilidad, una tranquilidad que sabe comunicar, regalarte… su forma de hablar pausada, su sonrisa permanente, ese mirarte a los ojos con curiosidad cuando hablas, ese apoyar tus palabras e ideas con sus gestos… seguro que tiene sus momentos de rabia, momentos de dejarse llevar por la desesperación, por esos segundos negros que a todos nos invaden en algún momento. Pero no me lo puedo imaginar así. Hay algo en Javier que destila calma, tranquilidad, paz…
“Un hombre sencillo” es su última obra de teatro en estrenarse (ahora está ultimando otra nueva de la que confiesa, entre sonrisas, que está muy satisfecho, aunque le está planteando toda una serie de problemas). Y la obra, un monólogo de más de una hora de duración, es, aparentemente, sencilla. ¿O no? Porque quizás los hombres sencillos (como tal vez los tranquilos) no son tan sencillos como quieren hacernos creer. Rafael Calvo, el actor tiene una de esas voces que abrazan, que te aprisionan en un mundo personal. Sentado en una butaca, como medio dormido, como en sombras, se despierta y comienza a hablar de cucarachas, de arañas, de esos insectos que pululan en nuestras casas, que intentan sobrevivir, de manera sencilla entre nosotros, pero que sólo tienen una misión en la vida: ser exterminados por nosotros. ¿Así le sucede también a los hombres sencillos? Un hombre que habla solo es porque está solo o porque está loco. Y esta es la radiografía de una soledad (o de una locura) la que consigue llevar al escenario Javier gracias a la voz de Rafael. Una voz que se multiplica en esas otras voces que son las personas que están a nuestro alrededor, que nos impiden la soledad cotidiana: personas del pasado, como esa madre dominante que aparece en todo momento para querer seguir marcando el ritmo de vida de su hijo castrado, de su hijo doblegado a su voluntad, a la voz del jefe de su oficina, de una vecina, de una novia que tuvo hace años… y las voces se acompañan de gestos y de pocos artificios. Un escenario gris, negro, con objetos grises y negros, como la existencia de este hombre sencillo en un gris o negro piso en una ciudad (que bien podría ser Madrid) gris o negra. Hasta la leche en esa casa es gris. Las corbatas grises, las camisas, la funda de la tabla de la plancha, la silla, los calcetines… hasta la luz. Porque las voces son negras. Unas voces profundas, unas voces que llegan de los más interno del corazón. Y durante más de una hora, ese “hombre sencillo” va abriéndonos el cuarto de sus recuerdos, y con sus anécdotas y con sus comentarios, vamos dándonos cuenta cómo los detalles más absurdos de la vida pueden tener detrás una explicación lógica. Y esta dinámica da miedo. ¿Hasta que punto el azar está presente en nuestras vidas? Este hombre sencillo ha trabajado toda su vida en una oficina de gestión de fincas. Un día su jefe le llama y le prohíbe estornudar. El hombre sencillo, como nosotros los espectadores, no da crédito a lo que está escuchando. Pero es así: prohibido estornudar en horas de oficina. Pasan los días y los estornudos, los sonoros estornudos se repiten, de manera irremediable e incontrolable. Y al cabo de los días, el jefe le vuelve a llamar a su despacho y le comunica que, por seguir estornudando, ha decidido despedirlo. Unos días después, después de haber abandonado la oficina y haberse instalado en la soledad perpetua de su pequeño piso gris y negro, el hombre sencillo sale a la calle y una vieja antipática le grita: “Asesino, asesino”. El hombre sencillo se vuelve de manera educada e intenta razonar con la mujer, que le sigue gritando asesino, asesino… hasta que todo comienza a tener un sentido: aquella mujer vivía en la casa al lado de la oficina de gestión de fincas. Su salón daba al despacho del hombre sencillo. Y a cada estornudo, el perrito de aquella anciana entraba en un estado de ansiedad, hasta que de la ansiedad se fue a la tumba. Dado que la vieja era propietaria de más de sesenta fincas que se gestionaba en aquella oficina, el tema del despido y de los estornudos, esta aparente arbitrariedad, comienza a tener una explicación. “Asesino, asesino”. Un hombre sencillo… ¿con una vida sencilla? Y es que, como nos recuerda Javier, el autor tranquilo que es Javier García-Mauriño, ¡es tan complicado se sencillo!

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