miércoles, 26 de agosto de 2009

Los abrazos estrellados

Almodóvar consigue crear tal algarabía mediática alrededor de cualquier proyecto suyo que se convierte en un referente tanto social como cultural. Y “Los abrazos rotos” no podía ser menos. O quizás, en este caso, podríamos decir más, ya que la presencia de Penélope Cruz después de ganar el Oscar, después de haberse dejado dirigir por Woody Allen (en sus horas más bajas), le ha puesto un punto de glamour, lo que tampoco está nada mal en nuestra casposa fauna ibérica. ¿Cómo no ir a ver una nueva película de Almodóvar? ¿Cómo no dejarse llevar por esta marea de los medios, de estas olas de noticias en la televisión, en los periódicos, de adelantos y de secretos? ¿Cómo no hacerlo aunque todas las personas que la habían visto coincidían en calificarla de película fallida? Y ahora que la he visto, ahora que me he dejado empapar de imágenes en las más de dos horas de duración, tan solo me viene a la cabeza una pregunta: ¿cómo es posible fallar en una película cuando todos los vientos soplan a favor? Almodóvar tiene prestigio (merecido), tiene oficio (ganado con el tiempo), tiene dinero (más el que puede soñar cualquier otro director al ponerse al frente de un nuevo proyecto), tiene libertad (lo que todo artista ambiciona), y tiene un público (casi) ganado antes de comenzar a rodar… sin olvidar su (excelente) gabinete de prensa y su capacidad de hipnotizador y de gran publicista, que nunca le ha abandonado. Tiene tiempo para escribir y no tiene compromisos por contratos draconianos que le obliguen a entregar una película cada año, o a hacer galas y galas para así justificar su sueldo o sus ingresos. Nada de eso. Seguro que Woody Allen –como tantos otros directores- les gustaría contar con unas capacidades de producción que sólo él puede soñar. Y a pesar de todo ello, ¿por qué “Los abrazos rotos” es una película fallida, que no consigue emocionarte ni un momento a pesar de ser una historia de grandes pasiones, de amores envidiables y otros no tanto?
No soy ni especialista en cine ni es mi pretensión serlo. Soy un espectador. Uno de tantos que ha pagado sus euros por ver la película y, después de verla, intento contestarme a una simple pregunta: ¿por qué la película no ha conseguido traspasar la frialdad de las imágenes para llegar a convertirse en el telón de fondo de una vida compartida en la oscuridad del cine? Como así sucede en “Volver”, sin irme más lejos, en que risas y lágrimas se convirtieron en eco común de los que compartíamos tiempo y emociones en una sala de cine viendo esta película. Lo primero: Almodóvar sigue siendo uno de los mejores directores de actores que ha contado nuestro país; nadie como él para sacarle a los actores toda la vida que tienen dentro. Penélope está estupenda; lo está cuando la maquillan como la estrella en que se ha convertido; y lo está cuando se mira al espejo y ella misma se dice: “¡pero es que me doy asco!”, cuando está triunfando en una fiesta o cuando vomita después de hacer el amor. ¿Y qué decir de Lluis Homar? Espléndido, a pesar del peluquín que le colocan en su época de joven. Espléndido en la alegría del amor y espléndido en la desesperación de su pérdida. Y así debería ser con Blanca Portillo de haber tenido un papel más lucido, ya que le ha tocado un personaje sin alma, y bastante ha hecho ella por darle algo de cuerpo; y lo mismo le sucede a José Luis Gómez, que le ha tocado lidiar con un personaje que nunca deja de serlo: casi esperpento de su propio personaje. Debería haber sido el centro de nuestros odios, y sólo consigue convertirse en bufón de su propia pasión… son los actores los que mantienen la película, los que la hacen sufrible, posible, e incluso, puede uno disfrutar de algunas escenas, como aquella en la que Penélope Cruz se dobla a sí misma. Pero nada más… y nada más porque le falta a “Los abrazos rotos” una historia, un guión. El talón de Aquiles del que ha ganado un Óscar en este tema: en las películas de Almodóvar la realidad siempre tenía un contrapunto en una serie de personajes y situaciones esperpénticas, que nos hacían reír pero que, al tiempo, nos situaban ante nuestras miradas la más cruel de las realidades. Personajes aparentemente locos, extraños, pero que han resultados los más normales de su filmografía… y entonces todo se lo permitías, la falta de ritmo narrativo (como ahora), el recrearse en imágenes que a nada llevaban (como ahora), el dar información que no era necesaria (¿a quién le importa quién es el padre de la criatura?)… todo se salvaba por esa genialidad… que en la película se reduce a los últimos momentos de “Mujeres y maletas”, ese remake de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, con una Carmen Machi espléndida… Películas que han marcado una época, que forman parte de nuestro pasado. Almodóvar se ha cansado de sí mismo y ha perdido el encanto. No sabe contar “historias” tradicionales. Ni tendría tampoco que intentarlo. “Abrazos rotos” es una de sus peores películas porque en esta historia no está él… nació de una foto y de una pareja que a lo lejos se abrazaba. Nunca tendría que haber pasado de este inicio. Y tendría que habernos regalado muchos más minutos de su final.

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