lunes, 24 de agosto de 2009

Sinodal de Aguilafuente

En junio de 1472 se reunió en la ciudad segoviana de Aguilafuente un sínodo, bajo la presidencia del obispo Juan Arias Dávila. Uno de tantos sínodos como habían llenado la geografía europea a lo largo y ancho de la Edad Media. En los sínodos diocesianos, como el que se reunió en la iglesia de Santa María de Aguilafuente, se dan cita los eclesiásticos de una diócesis, presididos por su obispo, para tratar asuntos eclesiásticos de toda índole, desde los más religiosos a los más mundanos. En principio, el sínodo de Aguilafuente de 1472 estaba llamado a ser uno más; uno más aunque estuviera convocado por uno de los obispos más reformistas del momento. Uno más, aunque las normas de allí emanadas rigieran la vida de clérigos y seglares en los siguientes años. Como tantos otros. Como muchos de los que hoy se siguen estudiando en las aulas universitarias. Pero el obispo Arias Dávila, muy cercano los nuevos aires renacentistas que se convertirán en vendavales en la siguiente centuria, volverá histórico este sínodo no tanto por las normas allí discutidas y decididas, como por la forma de difundirlas. Para que el sínodo diocesiano cumpla con su función no sólo tiene que llegar a una serie de acuerdos sino que tiene la obligación de darlos a conocer en un texto que se conoce con el nombre de “Sinodal”. La forma habitual en la época de difusión de los textos es el manuscrito, los códices copiados de manera manuscrita, que había ido perfeccionándose –y ampliando su difusión con la llegada del papel en el siglo XII- desde que en el siglo IV después de Cristo se impusiera el modelo del códice en pergamino a los rollos en papiro, la forma habitual de difusión de los textos durante los años de esplendor de Grecia y de Roma. Pero el obispo segoviano, conocedor del nuevo arte de difundir libros que Gutenberg había comenzado en Maguncia a mediados del siglo XV, quería que por este medio se difundieran sus acuerdos por tierras castellanas. El primero en hacerlo en letras de molde, frente a la letra manuscrita que, poco a poco, iba a ir dejando paso a una nueva época que conocemos como “Edad Moderna”. Y así, llamó desde Roma al impresor alemán Juan Párix, originario de Heildelberg, para que en tierras segovianas imprimiera el “Sinodal de Aguilafuente”, que es el primer libro impreso en España. Desde este año hasta 1474 (o quizás 1475), Juan Párix estuvo en Segovia imprimiendo diversos títulos, hasta que decidió irse a tierras francesas para allí terminar sus días en 1502.
Una historia fascinante, sin duda. Una historia llena de genialidades que tuvieron un sueño, que miraron con entusiasmo al futuro, a las posibilidades del futuro antes que quedarse anclado en las costumbres y normas del pasado. Juan Arias Dávila ha pasado a la historia como un obispo abierto a los aires reformistas que sacudieron el mundo occidental durante el siglo XV. Pero lo tuvo que hacer no sin tener que enfrentarse a tantos críticos, que veían en toda novedad un arma del diablo, un resquicio por el que el maligno intentaba conquistar las almas tradicionales. ¿Para qué difundir los decretos del sínodo mediante la imprenta, que permitía multiplicar los ejemplares, si toda la vida se ha hecho por medio de manuscritos? Pero si fascinante es la historia real de la impresión –contra viento y marea- del primer libro en tierras españolas (a Italia llegó en 1464, a Suiza en 1468, a Francia, en 1469…), lo es también como esta pequeña población segoviana vuelve, agosto tras agosto, a devolverle la voz y los gestos a todos los que, de alguna manera o de otra, se vieron involucrados en aquel junio de 1472. “El Sinodal de Aguilafuente” se ha convertido en una obra de teatro que se representará los días 31 de julio y 1 y 2 de agosto, en la misma Iglesia de Santa María que oyó las voces, y los gritos, y los argumentos de los que se reunieron en el Sínodo original. Y junto a esta representación, realizada de manera espléndida por vecinos de Aguilafuente, dirigidos por Miguel Nieto, se podrá disfrutar de otras pequeñas obras en otros tantos espacios de la ciudad (“El obispo y el impresor”, “El impresor clandestino”, “Las fabetas”, “La curandera”…), así como de una cena medieval (tan solo el sábado), y de diversos actos, en que el pueblo de Aguilafuente consigue dar un salto mortal en el tiempo y devolvernos a una tierra castellana de hace más de quinientos años. Y ahora que estamos inmersos en el nacimiento de un nuevo medio de transmisión, el hipertexto y la difusión digital, no está de más conocer las dificultades de la difusión de la imprenta a finales del siglo XV, en que encontraba adeptos y detractores con argumentos muy similares a los que hoy se escuchan en tantos debates periodísticos. Una fiesta del libro en el corazón de Segovia. Una fiesta que muestra cómo una comunidad puede sacar partido de su pasado para poder encarar el futuro. Una mirada ambiciosa y generosa, como la que tuvo el obispo Juan Arias Dávila, que hizo entrar el nombre de Aguilafuente en los libros de historia por la puerta grande; idéntica mirada ambiciosos que lleva a los miembros de la “Asociación Sinodal”, con todo el apoyo del Ayuntamiento, a darle nueva vida cada año, con sus voces, sus gestos y su entusiasmo. Un verdadero ejemplo a seguir en tierras alcalaínas.

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