miércoles, 26 de agosto de 2009

Mario Benedetti

Ayer, 18 de mayo, murió Mario Benedetti. La frase es corta. Casi fugaz. La noticia ha traspasado el océano dejando a su paso un reguero de lágrimas y de suspiros para instalarse en las conversaciones y en las primeras páginas de los periódicos. Murió en su Uruguay, en su Montevideo al que se había “desexiliado”, desde donde contemplaba el mundo con una clarividencia que solo a unos elegidos les es propicia. Mario Benedetti era capaz de convertir en verso hasta el momento más cotidiano, aquel que se pierde sin dejar huella. Y él hizo de la vida, de esa real, la de todos los días, su campo de batalla. Y lo hizo desde ese exilio político que le trajo a España; a su Madrid. Su libro “Geografía” (1982-1983) comienza con el siguiente poema, que se titula “Eso dicen”: “Eso dicen / que al cabo de diez años / todo ha cambiado / allá // dicen / que la avenida está sin árboles / y no soy quién para ponerlo en duda // ¿acaso yo no estoy sin árboles / y sin memoria de esos árboles / que según dicen / ya no están?”. Allá, acá; memoria y silencio; abandono y tristeza. Sólo he tenido la oportunidad de ver a Mario Benedetti en la Feria del libro de Madrid, firmando ejemplares y apuntando en una hojita los que le iba pasando su editor, Chus Visor. Unos años después, con un poco más de confianza, le pregunté a Chus el porqué de esta costumbre. Timidez. Una timidez enfermiza. Se parapetaba en esa costumbre para no tener que levantar los ojos y enfrentarse con otros ojos, para no tener que entablar una conversación, y dejaba pasar el tiempo entre firmas y palotes en su hojita de papel. Extremadamente tímido y modesto. Respondía a los halagos y las palabras cariñosas con una sonrisa y con un palito, y con un estrechar la mano. Nada más y nada menos. Hombre de pocas palabras y de muchos versos. Sentado en el café miraba la vida a través de sus folios y en ellos siempre había tiempo para dejar clavado el instante, como quien conquista la más hermosa de las mariposas y la deja ahí, atrapada en el alfiler de la metáfora, para que todos la podamos disfrutar.
Y el amor. El amor. Si ha habido un poeta del amor, del amor al que le mira frente a frente, ese ha sido y seguirá siendo Mario Benedetti. “No te quedes inmóvil / al borde del camino / no congeles el júbilo / no quieras con desgana / no te salves ahora / ni nunca / no te salves / no te llenes de calma / no reserves del mundo / sólo un rincón tranquilo / no dejes caer los párpados / pesados como juicios / no te quedes sin labios / no te duermas sin sueño / no te pienses sin sangre/ no te juzgues sin tiempo”. Y así apareció, en un recitado memorable en alemán, en la genial película de Eliseo Subiela, “El lado oscuro del corazón”, uno de los mejores intentos de aunar dos lenguajes literarios tan dispares como son el lírico y el cinematográfico. Putas y publicistas, enamorados y hasta la misma muerte que hablaban siguiendo el ritmo de versos de Benedetti, de Girondo, de Gelman. En un semáforo, espera una mujer con su niño en brazos y un hombre con una gabardina. Ella se dispone a pedir y él a cambiar versos por dinero: “Tengo una soledad / tan concurrida / tan llena de nostalgias/ y de rostros de vos / de adioses hace tiempo / y besos bienvenidos / de primeras de cambio / y de último vagón”…
Se nos ha ido Mario Benedetti. Se nos ha ido a sus 88 años. Sus pulmones han dejado de respirar, de pasar ese poco de aire necesario cada día. Se nos ha ido la voz y la denuncia de nuestro tiempo. En sus manos, la poesía se hacía portavoz de nuestro dolor y de nuestro sufrimiento, de nuestros gritos de angustia de un tiempo; sentencia de las injusticias y también de aquellas verdades ocultas, ya que Benedetti no se quedaba solo en denunciar la política, sino también a los “hombres de mala voluntad”: “Cuando volvés a la tarde como a un oasis / y tu mujer te espera linda y ávida / y cree en la provincia de tu silencio / que hace tiempo vendiste al enemigo // […] cuando todos te dejen en el living / a solas con tu húmedo bigote / y la mirada opaca como nunca / y el tocadiscos que se detiene solo // mejor lo pasarías si no tuvieras / en la retina y en los tímpanos / el rostro el puño el alarido / del muchachito de ojos claros // […] entonces pobre hombre de mala voluntad / ni siquiera juntando todo el odio / que quede disponible en el mercado / ninguno de nosotros podrá odiarte // como vos mismo te odiarás”.
Y hasta el final, Mario Benedetti nos ha regalado la cumbre de sus versos. Como ese “Testigo de uno mismo” que acaba de publicar Chus Visor hace tan solo dos meses. Versos en que va desgranando el diario de sus últimos años, sus años de soledad y de silencio. Años que terminan con la siguiente postdata: “No queda más que agregar / al menos encontré lo que buscaba / y si recuerdo alguna otra cosita / en todo caso agrego otra postada”.
Se nos ha ido Mario Benedetti. Ayer, 18 de mayo de 2009. La frase es corta, demasiado corta para poder albergar todo nuestro dolor. Se nos ha ido un buen hombre. Un excelente poeta.

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