miércoles, 26 de agosto de 2009

La soledad de los números primos

La soledad parece que es un estado habitual en el ser humano. Animal de compañía, animal social, animal que necesita del otro para poder crear su hábitat, ese que ha terminado por querer dominar el mundo conocido –y también el que está más allá de nuestros sentidos físicos-, pero también animal que necesita de sus momentos de soledad, de esa conversación íntima con uno mismo, más allá de otras miradas, de otras preguntas, de otras caricias. La soledad como un remanso de paz y la soledad también como una tortura, como un pozo, como ese abismo del que es tan difícil salir con el paso de los años. Animales de costumbres, de eso no hay ninguna duda. Así somos los hombres y de esto nos gusta escribir y leer. Soledad de soledades, soledades de silencios y soledades también de gritos, que se pierden en las noches de luna llena. Soledad por sentirse diferente, único. Soledad por no encontrar ni voz ni labios que puedan transmitir nuestras sensaciones y sentimientos. Y parece tema manido, y tema que se aleja de nuestras horas actuales, estas que se van llenando de luz hacia el verano. Parece que el invierno es el tiempo propicio para la soledad, para encerrarnos en nosotros mismos con la excusa de las calles heladas y las caras escondidas bajo los sombreros y los gorros. El verano, la luz del verano parece que lo impregna todo de vida, de colores, de mil aromas. Malos tiempos para la soledad. Por estas razones, el libro de Paolo Giordano, “La soledad de los números primos” es una obra excepcional, una gran obra que sorprende desde varios aspectos.
El primero –y no lo dejo de escribir con una cierta envidia- es que el joven Giordano, de tan solo 26 años, haya sido capaz de dar a la imprenta una obra tan redonda, una obra de pulso firme, de estructura envolvente, que consigue que no queramos despegarnos de sus páginas mientras la historia se va desgranando delante de nuestros ojos. Una historia, aparentemente, sencilla, que narra las vivencias de dos personajes, Alice y Mattia, que por un acontecimiento en su infancia se han convertido en la mejor expresión de los números primos; en concreto de los números primeros gemelos: aquellos que permanecen en soledad matemática, pero próximos, ya que solo otro número par, se interpone entre ellos… como el 11 y el 13, el 17 y el 19 o el 41 y el 43. Y así son estos personajes… así es la historia, así son los momentos en que la vida les puso delante un reto y, a lo largo de las páginas y los capítulos, vamos viendo cómo hacen esfuerzos titánicos por superar su soledad, sobre todo cuando encuentran delante a un “primo gemelo”; pero todo es inútil. O así parece serlo. En “La soledad de los números primos” no sólo se coloca delante de nuestros ojos la historia de dos niños que, a medida que vamos pasando las páginas, van creciendo en la soledad, sino también cómo la vida se empeña en recordarnos que la soledad es también nuestro estado natural, quizás la más humana de nuestras actividades. Y ahí, tan interesantes son en el libro las vivencias, peripecias y pensamientos de Alice y Mattia, sus deseos de intentar ganarse un pedazo de vida, como los personajes que les rodean y que les recuerdan, página a página, que son “números primos”, que, aunque lo intenten, seguirán siendo los “raros”, los “únicos”, aquellos que no pueden relacionarse con nadie más. Y así sucede en el colegio, en los complicados años del Instituto y en los vergonzosos de la Universidad. Así les vemos crecer ante nuestros ojos. Atormentarnos con las mil perrerías que les hacen sufrir en sus años y alegrarnos con las escasas venganzas que la vida les permite. En el libro, su autor consigue también jugar con la posibilidad de que soñemos con que los maleficios de la vida pueden también trastocarse, que es posible, en una palabra, dejar de ser un “número primo”, que nada está realmente escrito… y con esta ilusión –no confesada, en realidad- seguimos leyendo y vamos sonriendo cuando se produce el primer encuentro entre Alice y Mattia, que presagia una nueva vida, y con esta ilusión el futuro parece que se llena de tintes más alegres y esperanzadores. Y así debe ser. La ilusión debe movernos a seguir levantándonos, a seguir compartiendo nuestros días con tantos otros números como los que conforman nuestro universo más cercano. Números a los que no sabemos poner apellidos, números que de pares pasan a primos en décimas de segundo. Magnífica novela esta “Soledad de los números primos” que habla de cada uno de nosotros ya que lo hace de la vida. De esas casualidades y de esos momentos mágicos que lo pueden cambiar todo… o no.

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