lunes, 24 de agosto de 2009

Ibiza

Ibiza es de esas islas, de esas geografías que uno ve y recuerda más por los mitos que por la realidad que representa. Uno de esos espacios en que el mito consigue descubrirte imágenes inéditas. Así sucede con espacios míticos como Nueva York, con ese Manhattan que siempre parece haber salido de la pantalla de los cines. O las pirámides de Egipto, que uno nunca puede imaginarse el bullicio ciudadano que se extiende más allá de los límites de las fotografías y de los carteles publicitarios: el bullicio de la ciudad, y el de los puestos callejeros, y el de los camellos o las tiendas de venta de papiros pintados. Así le sucede a Ibiza, una isla que ofrece mucho más que la imagen de macrodiscotecas que se sigue potenciando… y llenando cada noche. Porque lo cierto es que Ibiza es isla que vive en verano, que se agita al son bullicioso de los turistas, que ahora llegan desde los puntos más recónditos gracias a las compañías áreas de bajo coste. El cielo de Ibiza, con la muralla de su ciudad vieja, está a todas horas llenos de aviones, aviones que traen la esperanza a la isla; aviones que se la llevan con la misma rapidez, con la misma disponibilidad. Y así hay tantas Ibizas como almas llegan, como deseos se entregan a sus calles, a sus tiendas.
La Ibiza de la libertad, la Ibiza que se convirtió en un oasis de libertad desde los primeros años del siglo XX; esa isla en la que todo estaba permitido, que enamoraba a los escritores, a los artistas que veían en sus abundantes calas el lugar para dejarse llevar por sus gustos, por su naturaleza, por sus deseos sin tener que dar explicación a nadie, sin tener la obligación de dar ningún tipo de explicaciones. Es la isla que encantó a Camus, Tzara, Cioran, María Teresa León o Alberti… la isla que recibió en mayo de 1933 al recién nombrado Comandante General de Baleares, el joven general Francisco Franco. De esta isla queda poco si uno va en busca de parajes vírgenes, de lugares recónditos, inexplorados, de caminos en que uno tiene la sensación de ser un descubridor, un aventurero. Hasta las calas más pequeñas, a las que hay que llegar después del martirio de un camino de cabras polvoriento te ofrecen sus hamacas y sombrillas, el chiringito con los últimos adelantos… pero la libertad se encuentra impregnada en el corazón de la isla, en su polvo, en sus playas, en su arena, en sus pinares, en sus algarrobos, en su mar; ese saberse libre de hacer lo que uno quiere siempre que no moleste a los demás. Y en la playa, en las calas se alternan los bañadores con los nudistas, los cuerpos en las hamacas con los que tiran su toallas o sus pareos en busca de algo de sol. Nadie pide explicaciones. Nadie se sonroja. Nadie mira hacia otro lado. Hay una tolerancia que viene de muy antiguo, de los primeros años del siglo XX. Uno de los recuerdos que tiene marcados mi madre durante los años que estuvo viviendo en Ibiza era ver cómo por la misma calle, quizás por el Bulevar Vara de Rey podían estar cruzándose una ibicenca anciana, con su típico traje negro, su pañuelo negro a la cabeza, con su cesta, al lado de una mujer joven –normalmente extranjera- con su minifalda, con sus escandalosos escotes, con sus imponentes pamelas. Y ninguna de las dos se paraba ni un segundo a mirarse… así fue entonces y así lo sigue siendo también hoy en día.
Y de aquel mito, de esa isla de libertad en la que se convirtió Ibiza durante los años de la dictadura franquista, se han ido superponiendo otros mitos: el de la isla en la que las fiestas no tenían fin (varios días de fiestas continuas, desde Pachá a Matinée)… macrodiscotecas que todo lo ofrecían y en donde era posible encontrar de todo. Jóvenes que, después de pasarse una semana en Ibiza, debían irse a otro lugar para descansar, para recuperar fuerzas. Hace años una ordenanza municipal ha comenzado a limitar las fiestas y sus horarios. Y frente a este mito de la música que taladra los oídos, de estas fiestas donde la algarabía constituye su razón de ser, la otra Ibiza. La Ibiza de la música chill out, de ver anochecer en las playas y calas que dan a la parte occidental, con el famoso Café del Mar como nuevo lugar de peregrinaje… pero no hace falta estar en el Café del mar para disfrutar de ese espectáculo único de ver cómo el sol se va perdiendo por el horizonte del mal, dejando a su rastro una paleta fascinante de colores.
Todas estas son Ibiza. Y muchas más. Porque Ibiza no es sólo un lugar geográfico, no es sólo una de esas islas maravillosas de nuestro Mediterráneo. Ibiza es también una parte de nosotros, es un mito en que nos encontramos buscando a los otros, queriendo que los otros nos sorprendan, nos dejen sin palabras.

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