lunes, 13 de noviembre de 2006

Álbum de fotos

Es curioso, pero al pensarlo, el álbum de fotos cada vez va teniendo menos sitio en nuestras vidas. Ese álbum, o esa caja de metal, en la que hemos ido guardando, clasificando, organizando nuestro pasado, cada vez encuentra menos espacio en nuestras estanterías funcionales. Recuerdo el placer con que, de niños, nos colocábamos todos los nietos alrededor de mi abuela mientras iba sacando, una a una, esas diminutas fotografías negras, y las miraba como si fuera capaz de hacerse también nuestra abuela muy pequeñita y pudiera volver a entrar en la fotografía, aunque habían pasado más de treinta años. No importaba. Allí estaban las fotografías para hacernos soñar, para volver a vivir una vida y unos recuerdos que no eran los nuestros, pero que en labios de nuestra abuela parecía que siempre hubieran estado ahí. ¡Fijaos en esta foto! Nos decía al sacar sin mirar una pequeña foto, en que podían verse varias chicas alrededor de un seiscientos. La foto era en blanco y negro, pero no importaba: la abuela nos iba describiendo cómo el seiscientos era azul, y que mi madre llevaba una falda roja y mi tía, una amarilla, que la estrenaba ese día, porque había llegado el primer seiscientos al cuartel. Y qué menuda fiesta se había organizado. El capitán González se había empeñado en ser uno de los primeros en tener un coche y ahí estaba, dejando que todas las chicas del cuartel posaran con él, porque, aún siendo suyo, aquel coche era un poco de todos. Y nos reíamos con estas historias. Y nos mirábamos entre risas los nietos con la satisfacción de ver cómo nuestra abuela se sabía historias mágicas, que era capaz, sólo con su palabra, de dar vida a aquellas imágenes en blanco y negro, a llenar de colores aquel minúsculo rectángulo y a devolver la vida a aquellas caras sonrientes, que tenían la fortuna de no ver pasar por ellas el paso del tiempo. Y después de haber sacado dos tres fotografías, siempre nuevas, de haberlas comentado, de haberlas dado vida ante nuestras asombradas miradas, con el ritmo del reloj de cuco del salón y nuestras risas y gritos de asombro, todo se acababa sin más ensayos ni advertencias. Buenos, todos a jugar, que yo tengo que preparar la cena. Y nosotros seguíamos el guión marcado con una implorante: ¡una más, abuela, por favor! ¡Una más, por favor! Y te prometemos que te ayudaremos en lo que nos digas… Y ella sonreía y sacaba, muy despacio, la fotografía que ya tenía elegida entre las manos: era la única que no salía de aquella mágica caja de metal por azar. En el aparente desorden de las fotografías se escondía una organización que sólo nuestra abuela era capaz de desentrañar: y allí estaba la foto del abuelo, con su uniforme de guardia civil, serio ante la cámara, pero con un porte elegante, capaz de enamorar a cualquier jovencita que pasara por su mirada por aquel momento. ¿Cómo os conocisteis? Le gritaban las primas a la abuela, colocándose a su lado a base de codazos, a pesar de nuestra intención de no abandonar estas posiciones privilegiadas. Y la historia se iba desgranando con los mismos detalles de siempre, mientras la abuela no dejaba, casi sin querer, de acariciar la foto con sus dedos… y poco a poco, los primos íbamos cediendo posiciones y dejando que las primas siguieran suspirando imaginándose ellas las protagonistas de esa historia que de haberla oído tantas veces ya me parece más un recuerdo literario que una anécdota familiar. Y al final, al grito de tonto el último, nos íbamos los primos al patio a jugar a la pelota, mientras las primas acompañaban a la abuela a la cocina, sin querer separarse de la caja mágica de los recuerdos, de esas fotos que marcan la geografía más personal de nuestra biografía.
Hoy he estado revisando mis álbumes de fotos, y por más que los he mirado, por más que los he repasado con todo detalle, me he llevado la sorpresa de que no conservo ni una foto de mi tía. Como si hubiera deseado pasar sin dejar huella en nuestras vidas, como si su vida, ni un gesto de vida, fuera posible dejarlo fijado en el rectángulo diminuto de una pequeña fotografía en blanco y negro. ¡Qué curiosas biografías son las que nos dibujan nuestros álbumes de fotos!

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